CAPITULO VI: LA LUCHA POR LA HUMANIDAD

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Ciudad Subterránea. Año 845

Con la caída de la muralla María la humanidad encontró un enemigo peor que los titanes: la hambruna. Los terrenos de María eran extensos, propicios para la siembra y la crianza de ganado para la comida de los demás sectores. Con la pérdida de la muralla más amplia, todos en el interior de las murallas comprendieron que no había suficiente comida para todos.

Y de ello Mikasa era testigo.

Desde la caída de la muralla tres semanas atrás, la población de la ciudad subterránea se triplicó. Mikasa nunca había visto tantas personas chocar entre los caminos de las calles como en aquellos días. Incluso las zonas abandonadas y desérticas ahora eran el albergue para los refugiados de la muralla María o de algunos desplazados de la muralla Rose. La comida y el té excaseaban, pero no los trabajos. En aquellos días los trabajos eran demasiados y los 4 jóvenes no daban abasto para brindar seguridad a aquellos negocios que les pagaban por ello. Si bien ella había adquirido basta experiencia moviendose entre las calles de la ciudad con su equipo de maniobras, Levi prefería que ella lo acompañase mientras que Isabel y Farlan se dividian por calles.

Mientras caminaba por una concurrida calle, sus ojos grises no dejaron de fijarse en las caras palidas, delgadas y llenas de amargura de la gran parte de los nuevos habitantes de la ciudad. Los niños lloraban de hambre y rogaban por más pan a la Policía Militar que se pasaba por las calles con algunos cuantos bollos de pan en cestos. Mikasa se percató que aquella comida ni siquiera era fresca. Era pan rancio, de lo que sobraba de los grandes banquetes en las casas de los nobles.

—Por favor... por favor, dame algo de pan, — rogó un anciano, sujetando los tobillos del Policía Militar que sujetaba el canastillo.

El Policía Militar, con desagrado, apartó su pierna del agarre del anciano. —Es uno por persona, y ya te hemos dado tú ración. —

—Es para mi esposa, por favor. No puede caminar y no puede venir aquí a recoger su porción...— los Policías Militares no le dejaron culminar sus palabras. Continuaron su camino, dejando al anciano desesperado.

Mikasa siguió a los dos Policías. —No me han dado mi porción.—

El Policía Militar la miró con sospecha, sin embargo, de mala gana le entregó un pedazo de pan. Estaba duro y frío. No pudo evitar recordar los bollos de pan que solía preparar su madre para la cena. Eran suaves en el interior, pero crujientes en el exterior, además de ser dorados y calientes. Eran tan ricos... Miró el pedazo de pan antes de extendérselo al anciano. Se volteó y se fue, no dándole la oportunidad de escuchar los agradecimientos del anciano.

Regresó a la casa unos minutos después, encontrándose a Farlan e Isabel haciendo un inventario de la comida que tenían disponible. Un par de hojas para hacer té, algo de harina para el pan y tres patatas para un estofado. —Esto es complicado, — murmuró Farlan. Levi se detuvo a su lado, con sus brazos cruzados. —Tendremos que conseguir algo más de comida y hacer raciones más pequeñas. Quizás... quizás deberíamos comer una sola vez al día. —

—¿Una sola vez? — gritó Isabel, impactada con las noticias.

Farlan abrió la boca, pero Levi se le adelantó. —A duras penas hay raciones en la ciudad. La comida que reparten los de la Policía no dan abasto para la cantidad de personas que residen en esta maldita fosa. Si no lo hacemos, moriremos.— A pesar de sus lloriqueos, Isabel aceptó los sacrificios.

El comer una sola vez al día no fue algo difícil de sobrellevar para Mikasa. Y por lo que podía ver, tampoco para Levi. No entendía como, pero sus cuerpos se adaptaban a cualquier tipo de condición siempre y cuando eso los llevara a sobrevivir. Sin embargo, a pesar de que la niña no le daba importancia a su propia hambre, sí le hacía sentir mal el escuchar a Isabel quejarse entre sueños por su propia hambruna.

A Cruel WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora