Abajo, en el garaje de la Zodiac, Pep se sintió de repente muy mareado, de manera que soltó la llave de trinquete que tenía en la mano y se acostó en el suelo. Le costaba respirar y, paulatinamente, notaba una sensación de frío glacial, aunque no podía discernir si se trataba de frío o de calor. Poco a poco se fue arrastrando hacia un rincón oculto por la barca. Antes de quedarse inconsciente notó una quemazón indescriptible en el lado izquierdo de la cara y empezó a rascarse desesperadamente con las uñas, arrancándose trozos de piel cada vez más grandes.
Arriba continuaban hablando. Habían formado un semicírculo: Gonçalvo, Tomás y Juan Carlos dando la espalda al paseo, frente a Miguel y a Odisea, sentados, cerrando un pequeño universo de privacidad.
De repente Gonçalvo se volvió hacia su espalda, ocurría que había tenido un presagio repentino e ineludible, la sensación de un preludio de emergencia; era una intuición que todos acababan desarrollando, tarde o temprano, en aquel oficio.
Corroborándolo, el grupo entero miró al unísono hacia el mismo lugar.
-Oh, oh... - dijo Odisea, y no tardó ni dos segundos en abrirse un pasillo entre el gentío: dos jóvenes con el uniforme de los que trabajaban en la excavación se acercaban corriendo y transportando en volandas a una chica. Ésta venía con la cabeza lacia y bamboleante, acunada entre los brazos de los jóvenes bajo la anómala luz de las farolas; tenía una pierna y el hombro izquierdo bañados en sangre. Desde la muchedumbre surgieron gritos de horror, de matices exageradísimos.
-¡Entradla! ¡Entradla!
Gonçalvo y Tomás cogieron a la chica y la metieron en la sala de curas depositándola sobre la camilla, a continuación salieron a por la ambulancia. No era difícil ver que el estado de la herida superaba ampliamente sus conocimientos de medicina. El único que podía emitir un diagnóstico más o menos acertado era Juan Carlos, que había estudiado enfermería. De todas formas Miguel le limpió el brazo derecho con alcohol y empezó a palpárselo para introducirle una sonda intravenosa; Odisea se puso a limpiarle la cara de polvo con una gasa y le aplicó la mascarilla de oxígeno ladeándole la cabeza por si vomitaba. Juan Carlos se puso a examinar las heridas de la chica; para ello retiró la prenda que le cubría el torso apareciendo un tremendo desgarrón sobre el seno izquierdo, una herida muy sucia en la que se introducían numerosos fragmentos de la tela de la camisa.
ESTÁS LEYENDO
La Venganza de la Tierra. Mare Nostrum
General FictionIsla de Mallorca, tras un vertido de organoclorados en el mar un caluroso mes de agosto las costas aparecen tapizadas por espesos cardúmenes de medusas. La socorrista de la Cruz Roja Odisea Pascual atenderá los primeros casos de picaduras mientras l...