ODISEA

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La habitación donde entraron estaba, como era usual, alicatada hasta el techo. Pequeños azulejos blanco-grisáceos de quince por quince centímetros. La madre sentó al niño sobre una camilla tapizada de un gran lienzo de papel que crujió como hojarasca seca. Ambos iban embadurnados en protector solar y sus pieles refulgían con el sudor.

-Solución salina, nada más, Miguel, ya sabes...- matizó la chica, que había entrado tras ellos, su voz apenas un hilillo.

-Vale, no te preocupes.

La madre del niño empezó entonces a despotricar presa de los nervios.

-¡Deberían hacer algo! El ayuntamiento, digo. Todos los años lo mismo ¡ Alga y medusas! ¡Alga y medusas...! A éste cada año le pican las medusas, no falla.

El chiquillo, sintiéndose aludido, hacía mohines arrugando el papel de la camilla que se despedazaba entre sus dedos.

- ¡Aunque nunca habían aparecido tantas como ayer y hoy...! Y lo del alga sin retirar sobre la playa... ahí, esos apestosos montones pudriéndose al sol... ¡Nadie lo entiende, solo los dichosos ecologistas!

De repente, como si correspondiera una acotación teatral, Odisea exclamó desde la entrada:

-¡La posidonia evita que el mar arrastre la arena, señora...!. ¿Es que es la única que todavía no lo sabe? - y ambos, la mujer y Miguel, arrodillado a los pies del niño, la miraron. La hallaron, sin embargo, y a pesar de aquella súbita e inesperada reacción, ajena a todo, contemplando el suelo, con aspecto de reconcentrado dolor y agotada por el esfuerzo. La cabeza afligida como si estuviera totalmente orgullosa de su tortura y un rubor tan feroz como una hemorragia subiéndosele a la cara.

-¡Sí, lo sé niña, pero eso... eso son cosas que no se ven! - respondió la mujer, buscando en la mirada de Miguel un matiz de complicidad, pero al observar de nuevo la entrada Odisea ya no estaba allí, había vuelto a salir al paseo; se había apoyado en el mismo sitio de antes, la espalda contra el carmesí de la cruz pintada, los ojos cerrados acompasando la aparición de la incipiente luna. El aire ahora se había vuelto extremadamente seco y enardecido.

La mujer dijo a continuación, temblándole el labio inferior:

- Leí aquel folleto, el que repartisteis la semana pasada, ponía que no se debe lavar la zona donde han picado las medusas con agua dulce ni limpiarla con la toalla ¿Lo hice bien?

-Sssshhh, ¿no vas a llorar más, verdad? - Miguel pellizcó con ternura la mejilla del niñito antes de responder. - ¡Sí, así es, lo ha hecho de maravilla! No tiene mayor importancia... -. Levantándose del suelo ajedrezado dejó la riñonera en el interior del lavabo - Repartimos aquellos folletos porque intuimos lo que pasaría, que aparecería tarde o temprano un gran cardumen de medusas y así ha sido. Es por las altas temperaturas del agua del mar este verano, y por los pesqueros italianos ilegales que esquilman a los bancos de atunes. Los atunes son uno de los pocos depredadores de medusas del Mediterráneo...

De pronto la mujer se acercó mucho a él, obligándole a vacilar.

-Oye, la chica..., la rubita... - le susurró, señalando con su ondulada barbilla hacia el paseo. - Me da una pena.... Hoy es el día, ¿no?

-Sí, hoy es el día... - corroboró Miguel, centrado en una pompa de jabón desprendida de sus manos.

La Venganza de la Tierra. Mare NostrumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora