¡Madre de Dios, vaya monstruo!

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Entró por una puerta lateral mediante su tarjeta de acceso, cruzó varias salas en medio de un sepulcral silencio y después se introdujo en otra puerta que daba acceso a las escaleras para ascender a la planta superior, pero antes recordó que una de las medusas había crecido de manera exponencial y tuvo deseos de ir a verla; regresó sobre sus pasos y se dirigió hacia la sala de los cnidarios.

-¡Madre de Dios, vaya monstruo! – exclamó inmediatamente, no se podía creer lo que había crecido la Aguamala en un solo día. -Y además me han dicho que te has comido a tus veinte compañeras... tienes hambre, ¿eh, mala puta? - añadió, poniendo su mano derecha sobre el curvo panel. Estuvo así unos instantes hasta que un poderoso estremecimiento le erizó el vello de la nuca. Definitivamente el chico no se hallaba en plena forma aquella noche, quería decir que no las tenía todas consigo. Con la cabeza gacha se dirigió de nuevo al piso superior.

Una vez allí se dispuso a comprobar su botella de oxígeno sentado sobre el suelo de color verde irlandés. Era una Technisub en acero de molibdeno de alta calidad, de dieciocho litros, a la que él mismo había incorporado una grifería Subacqua con dos salidas M25. Disponía de ciento sesenta y dos bares de oxígeno, más que suficiente para bajar a limpiar el fondo del tanque que se hallaba a sus pies con la aspiradora, aunque él nunca descendía con menos de ciento cincuenta. Una de las primeras cosas que le habían enseñado en su primer año como submarinista en el Oceanográfico era a no subestimar jamás las condiciones de una inmersión. Daba igual lanzarse a un charco de agua o a las Fosas Marianas, la seguridad siempre por delante. Había muerto gente a diez metros de profundidad.

La Venganza de la Tierra. Mare NostrumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora