Las marcas

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La embarcación hizo un ruido sordo y levantó una nubecilla de polvo que ascendió de inmediato hasta la altura de la barbilla de los chicos. Gonçalvo y Tomás se sacudieron las camisetas al unísono para deshacerse del polvo, sus rostros brillantes de transpiración. Juan Carlos se volvió en ese momento hacia Odisea con el ceño fruncido; se encontraba muy incómodo. Primero centró los ojos en sus sandalias, después levantó la vista con lentitud hacia su rostro. La embarcación hizo un ruido sordo y levantó una nubecilla de polvo que ascendió de inmediato hasta la altura de la barbilla de los chicos. Gonçalvo y Tomás se sacudieron las camisetas al unísono para deshacerse del polvo, sus rostros brillantes de transpiración. Juan Carlos se volvió en ese momento hacia Odisea.

-Mañana iremos a Palma a traer los nuevos botiquines Oxidoc, ¿vale?

Odisea asintió con la cabeza.

-Está bien, pero tendrás que poner a alguien en mi turno, yo tenía turno de mañana...

-De acuerdo - afirmó él con los ojos clavados en su garganta. Acababa de descubrir las marcas de la cuerda con la que ella había intentado ahorcarse la noche anterior, tres líneas de trazado irregular, hinchadas y de color morado.

-¿Qué te ha pasado ahí? - le preguntó, con las cejas enarcadas.

Odisea, que en la última media hora se había olvidado por completo de aquello, levantó la mano derecha y se cubrió las marcas. De repente volvían a arderle como un hierro candente. De nuevo algo se derrumbó en su interior, lo sintió de manera palpable y audaz. Bajó la cabeza, le devolvió un "nada" y se dirigió corriendo al piso de arriba.

Llegó arriba jadeando, los seis peldaños de la escalera que subían desde la playa al paseo habían bastado para ponerle el corazón a mil por hora, estaba realmente en baja forma. Encontró a Miguel frente a la puerta de entrada del puesto, con los brazos cruzados y esperando con impaciencia a que subieran los de abajo para cerrar de una vez por todas. Las farolas se acababan, casi de manera imperceptible, de encender. Odisea se sentó a su lado en una de las sillas de plástico amarillentas y ajadas por el sol.

-¿Cómo les fue a esos? - dijo él, sin volver la cabeza, pero Odisea no le contestó, se limitó a sentarse en la silla a su lado, a encoger las piernas y a agarrárselas fuertemente con los brazos.

Así que pasaron varios minutos en silencio, solo el runrún de los del piso de abajo interpuesto entre los dos. Miguel no insistió, al igual que todos estaba al tanto de la relación entre Odisea y Juan Carlos. Había sido bajar ella corriendo, henchida de alegría, a recibirle a él y al resto de socorristas, y en dos minutos subir de nuevo, muda y triste como un cadáver. Algo había ocurrido, pero no pensaba preguntarle qué era.

La Venganza de la Tierra. Mare NostrumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora