Capítulo XXX

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Los ojos de Diamond comenzaron a abrirse pesadamente. Su cabeza le daba vueltas y su visión estaba completamente borrosa. Las voces que estaban a su alrededor se oían opacas, a veces provocaban fuertes latidos en su cabeza acompañados de aquel pitido insoportable en sus oídos.

Intentó moverse, pero de inmediato notó que estaba con las manos atadas en el espaldar de una silla en la que se encontraba sentada. Con su respiración algo errática miró a todos lados en un intento de descifrar lo que estaba sucediendo. Estaba en una especie de sala con suelo de madera, grabado con los mismos dibujos que el del tronco de las sílfides. Aquello solo indicaba una cosa, estaban con los sílfalos.

Un quejido como de alguien siendo torturado hizo retumbar su cabeza en un fuerte latido. Luego las maldiciones tan coloridas que escuchó le hicieron poner los sentidos en alerta, la voz era la de Allaric. De inmediato comenzó a removerse, tratando de soltarse pero eran vano, no podía.

—¡Suéltenme!— gritó para que sea quien fuese que la tuviese atrapada se dignara en aparecer y así fue.

De inmediato entraron al pequeño cuarto un grupo de tres sílfalos. Ella estaba medio mareada por los efectos de esa cosa que los puso a dormir pero pudo analizarlos mientras estos hablaban. Por la ausencia de sus marcas y alas supo que ninguno de los presentes tenía magia, solo eran simples perros de caza, mercenarios que se encargaban de hacer la limpieza.

—¿Qué hacen aquí?— preguntó uno y le sorprendió bastante que hablaran su idioma.

—Vaya, veo que los sílfalos tienen algo de cerebro— dijo burlonamente y el puñetazo en el rostro no se lo quitó nadie. Su labio se rompió dejando que unas gotas de sangre se deslizaran por su rostro antes de cerrarse la herida y que ella empezara a reír como psicópata.

—¡¿Qué demonios quieren, bruja?!— repitió el que le había dado en el rostro y volvió a golpearla volteándole la cara hacia otro lado. Ella se incorporó escupiendo algo de sangre que se había acumulado en su boca y le miró sonriendo.

—¿Golpes? ¿Eso es lo único que tienes?— le provocó y el sílfalo le agarró del cabello haciendo que le mirara.

—Responde lo que te pregunté, maldita— musitó y ella aún no borraba la sonrisa de chantaje de su rostro.

—¿Y si no lo hago qué harás? ¿Golpearme más fuerte?— sonrió de forma tan sórdida que daba miedo incluso mirarla.

—Si no cooperas ese amiguito tuyo, el vampiro, tendrá una hermosa estaca en su corazón. Más de las que ya le hemos enterrado en todo el cuerpo.

Aquellas palabras le borraron la sonrisa a Diamond de inmediato y sus ojos se tornaron rojos por la rabia— Si le has tocado un solo cabello juro que los mataré— le amenazó y esta vez fue el turno de él de sonreír.

—No creo que estés en condiciones— dijo soltándola bruscamente y alejándose. Unas cuantas tablas de madera se desplegaron de la pared de enfrente y pudo ver el cuerpo de Allaric lacerado, lleno de estacas de madera por doquier y siendo perforado una y otra vez por parte de los sílfalos.

Estaban en otra sala y solo los separaba una especie de barrera que ella supuso que estaba hecha por el agua maldita de ese lago, debido al fuego rojizo que recorría su interior. Allaric no podía escucharla y ninguno de los del otro lado tenía idea de lo que estaba pasando de este otro. Eso lo notó porque ni siquiera se habían percatado de que los estaban observando, era como si nada hubiera pasado, como si fuese un espejo polarizado.

Esta vez el labio de Diamond sangró con fuerza, pero fue porque ella misma se había enterrado sus colmillos por la ira que la quemaba como si las llamas de aquel lago ardieran dentro de su ser. Sus ojos fueron de la imagen de Allaric a su captor.

Love You in Black & Blue (Dark Angel IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora