Capítulo Uno

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Ya llevaba días que había comenzado a trabajar con el señor Smith, el simplemente era algo serio en su trabajo y no hablaba mucho, pero, a mi me gustaba entablar conversaciones o hacerles preguntas para no estar en silencio. Mi mente estaba en debate si hacerle la pregunta o no, que al fin terminé haciéndola.

—Disculpe la pregunta tan atrevida, pero... usted es ¿Soltero, casado, divorciado, viudo, comprometido o juntado? — Subió su mirada y dejó de escribir en su computadora. Sonrío con diversión.

—¿Por qué quieres saber eso? — respondió con otra pregunta. Era difícil sacarle una respuesta concreta, siempre me daba respuestas épicas.

—Curiosidad, nada más — me defendí.

—De todo un poco — contestó. Dejé de imprimir hojas y me giré a mirarlo, puse las manos sobre mi cintura y negué.

—No se puede ser todo eso de una vez — repliqué.

—Claro que sí, ahora siga haciendo su trabajo — Contestó y ordenó.

—Mandon — hablé contra dientes y seguí mi trabajo. Sus respuestas eran enigmas que no se podían descifrar fácilmente si no le prestaba atención a lo que decía.

—¿Dijo algo? — interrogó, me giré y le sonreí.

—¿Yo? Pss, no, ¡claro que no! — negué y seguí mi trabajo.
La impresora se pegó y traté de teclear los botones, pero no funcionó.

—Disculpe señor Smith, pero su impresora ya no funciona — informé, se puso de pie y se acercó. Me hice a un lado al instante que se acercó, este se acomodó en mi lugar, destapó dicha maquina y luego se giró a mirarme.

—Creo que no se fijó que ya no tiene hojas — sonrió burlón y negó; ¡Dios que jefe me tocó! trajo otro rollo de hojas blancas y las colocó en dicha impresora.

—¡Gracias! — asintió y se volvió a ir a lo que estaba haciendo — por favor, ya no me interrumpa.

—Como usted diga, jefe — sonrió, seguí mi trabajo.

Media hora más tarde terminé de sacar las hojas impresas ya y se las entregué.

—Gracias, ahora puede ir a traerme café, por favor — Ordenó, di un asentimiento y salí de la dichosa oficina aburrida del señor Leonard.

Dos minutos después regresé con su taza de café y la puse sobre la mesa.

—¿Usted no se cansa de escribir? — Subió la mirada y negó.

—Trabajo es trabajo — Contestó, probó el café y luego me observó negando — Señorita Sandler, este café está amargo —acusó.

—¿Qué? Le juro que yo le puse azúcar — afirmé.

—Pues a mí me parece que no — Que caso tenía descutir, suspiré algo avergonzada, sinceramente no le puse azúcar, pero no lo iba a admitir.

—Disculpe entonces, no se como le gusta a usted el café — me expliqué.

—Se lo dejo pasar por hoy — respondió — pero eso no hace que no vaya a traer una cucharada de azúcar — agregó.

¡Señor Jesús! Quería trabajo, lo tenía ya ¡bien! Pero, el señor Leonard Smith, claramente era un caso completo.

Me fui hacia el mini comedor y volví con el pequeño tazón de azúcar con una cuchara y al llegar donde mi jefe, la puse a un lado de la taza del café y la dejé ahí.

—Puedes ponerle una cucharada y media de azúcar — ordenó, suspiré y lo hice, todo por no perder el trabajo. ¿Por qué tan injusta la vida?

Enseguida se llevó el café a los labios y bebió un poco  y siguió trabajando.

Eres Una Niña (Mi Versión) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora