Parece que el matrimonio de la temporada se ha echado a perder. La duquesa de Hastings regresó a Londres hace un mese y esta autora todavía no ha visto por ningún lado a su marido, el duque.
En realidad, esta autora no encuentra por ninguna parte a nadie que la pueda informar de su paradero. Si la duquesa lo sabe, no se lo ha dicho a nadie y, es más, apenas se presenta la oportunidad de preguntárselo porque sólo acepta la compañía de su familia.
Por supuesto, el objetivo de esta autora es descubrir las razones del distanciamiento, aunque esta autora debe confesar que incluso ella está perpleja. Parecían tan enamorados...REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
2 de agosto de 1813
El viaje duró dos días, que fueron dos días más de los que a Peeta le hubiera gustado estar a solas con sus pensamientos. Se había llevado varios libros para entretenerse durante el largo viaje, pero cada vez que abría uno, no entendía nada. Era difícil concentrarse en otra cosa que no fuera Katniss.
Cuando llegó a Londres, fuera directamente a Everdeen House.
Sin embargo, descubrió ella que no estaba allí.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Peeta, furioso, al mayordomo.
El mayordomo lo miró fijamente y le dijo:
—Quiero decir, señor, que no está en casa.
—Tengo una carta de mi mujer, y en ella me comunica que se ha trasladado a Londres.
—Y así es, señor.
—¿Y dónde demonios está? —gritó Peeta.
El mayordomo se limitó a arquear una ceja.
—En Hastings House, señor.
Peeta cerró la boca. Había pocas cosas más humillantes que quedar en ridículo ante un mayordomo.
—Después de todo —continuó el mayordomo, disfrutando de la situación—, está casada con usted, ¿no es cierto?
Peeta lo miró.
—Debe estar bastante seguro de su posición.
—Bastante.- dijo el mayordomo con una sonrisa.
Peeta asintió y se fue, sintiéndose el mayor estúpido del mundo. Claro que se había ido a Hastings House. Al fin y al cabo, no lo había abandonado; sólo quería estar cerca de su familia.
Pero al llegar a su casa descubrió que su mujer tampoco estaba ahí.
—Está montando —dijo Jeffries.
Peeta miró al mayordomo, incrédulo.
—¿Montando? —repitió.
—Sí, señor. Montando. A caballo —respondió el mayordomo.
—¡¿Y dónde ha ido?! —exclamó.
—A Hyde, Park, creo.
Peeta se enfureció. ¿Montando? ¿Es que se había vuelto loca? Estaba embarazada, por el amor de Dios. Incluso él sabía que una mujer embarazada no debía montar a caballo.
—Ensíllame un caballo —ordenó Peeta—. Inmediatamente.
—¿Alguno en especial? —preguntó Jeffries.
—Uno rápido —respondió Peeta—. Y deprisa. O no, mejor, lo haré yo mismo.— Se giró y salió de la casa.****
Katniss cabalgaba a lomos de su yegua favorita, se sentía libre. Era la mejor medicina para un corazón roto.
Ya hacía mucho rato que había dejado atrás al mozo al hacer ver que no lo oía mientras éste le gritaba: «¡Espere, Señora! ¡Espere!». Ya se disculparía con él más tarde. Los mozos de Everdeen House estaban acostumbrados a sus escapadas y, además, sabían que era una buena amazona. Pero, este mozo nuevo, que era de Hastings House, seguramente estaría preocupado.
Pero necesitaba estar sola. Necesitaba ir rápido.
Cuando llegó a una zona más arbolada respiró la fresca brisa de otoño. Cerró los ojos un momento, empapándose de los sonidos y olores del parque. Escuchó atentamente lo que la rodeaba; el piar de los pájaros, después los rápidos desplazamientos de las ardillas mientras iban en busca de nueces, y luego... Maldita sea. El ruido de un caballo aproximándose.
Katniss no quería compañía. Quería estar a solas con sus pensamientos y su dolor. Oyendo con atención, adivinó por dónde venía el otro jinete y salió corriendo hacia el otro lado. Sin embargo, fuera donde fuera, parecía perseguirla.
Katniss fue un poco más deprisa, más de lo que debería haber ido por esta zona.
Había muchas ramas y árboles caídos. Pero ella empezaba a estar asustada. Podía sentir su pulso latiendo con fuerza en los oídos mientras cientos de ideas horribles le pasaban por la cabeza.
¿Y si el jinete no era alguien de la alta sociedad? ¿Y si era un criminal? ¿O un borracho? ¿Se habría alejado mucho del mozo? ¿Se habría quedado donde lo había dejado o habría intentado... ¡Su mozo! Estuvo a punto de gritar aliviada. Tenía que ser el mozo. Obligó a la yegua a dar media vuelta para intentar ver al jinete. Seguramente podría verlo si...
¡Crac!
Se quedó sin aire de golpe cuando una rama le golpeó en medio del pecho. Soltó un grito ahogado y sintió que la yegua se movía hacia delante sin ella. Y entonces caía... caía...
Cayó al suelo con un golpe seco y las hojas otoñales que cubrían el suelo tampoco hicieron demasiado para amortiguar el golpe. Inmediatamente, se colocó en posición fetal como si, al hacerse lo más pequeña posible, pudiera también reducir lo máximo el dolor.
Dios, le dolía mucho. Maldición, le dolía por todas partes. Cerró los ojos y se concentró en la respiración. Pero maldita sea, le dolía al respirar.
«Respira, Katniss —se ordenó—. Respira. Puedes hacerlo.»
—¡Katniss!
Ella no respondió. Los únicos sonidos que le salían de la boca eran gemidos.
—¡Katniss! ¡Dios mío, Katniss!
Escuchó que alguien bajaba de un caballo.
—¿Katniss?
—¿Peeta ? —susurró, incrédula.
No tenía sentido que estuviera allí, pero era su voz. Y a pesar que todavía no había abierto los ojos, podía sentirlo. El aire era distinto cuando él estaba cerca. Peeta empezó a acariciarla con cuidado, mirando si tenía algún hueso roto.
—Dime dónde te duele —dijo.
—Por todas partes.