Decir que los hombres son tercos como mulas sería insultar a las mulas.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
2 de junio de 1813Al final, Katniss hizo lo único que sabía hacer. Intentó hablar con Peeta. Razonar con él.
Por la mañana —no tenía ni idea de dónde había dormido Peeta— lo encontró en el despacho. Estaba sentado con las dos piernas encima de la preciosa madera de la mesa. En la mano tenía una piedra pulida que hacía girar una y otra vez. En la mesa, junto a él, había una botella de whisky y Katniss supo que llevaba allí toda la noche.
—¿Peeta? —dijo, de pie, cerca de la puerta.
El la miró y arqueó una ceja.
—¿Estás ocupado?
Dejó la piedra en la mesa.
—Obviamente, no.
Katniss señaló la piedra.
—¿Es de tus viajes?
—Un recuerdo Caribe.
Katniss vio que hablaba perfectamente. No había ni rastro del tartamudeo de la noche anterior. Ahora estaba más tranquilo.
Katniss respiró hondo.
—Tenemos que hablar de lo que pasó ayer por la noche.
—Estoy seguro de que crees que tenemos que hacerlo.
—No es que lo crea. Lo sé.
Peeta se quedó callado un rato y luego dijo:
—Lamento mucho que sientas que he traicionado...
—No es eso, exactamente.
—... pero debes recordar que intenté evitar este matrimonio.
—Es una bonita manera de decirlo —musitó ella.
—Sabes que nunca quise casarme.
—Ese no es el problema Peeta.
—Es exactamente el problema. —De repente, se levantó y debido al impulso, la silla cayó hacia atrás haciendo mucho ruido—. ¿Por qué crees que quería evitar el matrimonio con tanta determinación? Era porque no quería tener una esposa y después hacerle daño negándole los hijos.
—Nunca pensaste en tu futura esposa —respondió Katniss—. Sólo pensabas en ti.
—A lo mejor, pero cuando esa futura esposa fuiste tú, todo cambió.
—Al parecer, no —dijo ella, ácidamente.
—Nunca quise hacerte daño.
—Pues ahora me lo estás haciendo —susurró ella.
Peeta tuvo un momento de remordimiento pero enseguida lo sustituyó por determinación.
—Si lo recuerdas, rechacé casarme contigo incluso cuando tu hermano me lo pidió. Incluso cuando significaba mi propia muerte.
Katniss no lo contradijo. Los dos sabían que habría muerto en aquel duelo.
—Lo hice —dijo Peeta—, porque sabía que nunca podría ser un buen marido para ti. Sabía que querías tener hijos. Me lo habías dicho en numerosas ocasiones, y no te culpo. Vienes de una familia numerosa y cariñosa.
—Tú también podrías tener una familia así.
Peeta continuó como si no la hubiera oído.
—Pero entonces, cuando interrumpiste el duelo y me rogaste que me casara contigo, te lo advertí. Te dije que no quería tener hijos...
—Me dijiste que no podías tenerlos —interrumpió ella, muy enfadada—. Hay una gran diferencia.
—Para mí, no, No puedo tener hijos. Mi alma no me lo permitiría.
—Entiendo.
Katniss notó que algo en su interior se marchitaba, y mucho se temía que era su corazón. No sabía cómo tenía que discutir contra eso. El odio que Peeta sentía por su padre era mucho mayor que cualquier atisbo de amor que pudiera sentir por ella.
—Está claro que no es un tema del que estés dispuesto a hablar .
Peeta asintió.
—Entonces, que tengas un buen día— dijo Katniss. Y se fue.
*****
Peeta estuvo solo gran parte del día. No quería ver a Katniss porque sólo conseguía hacerlo sentir culpable. Y no dejaba de decirse que no es que tuviera algo por lo que sentirse así. Le había explicado muy claramente antes de la boda a Katniss que no podía tener hijos. Le había dado la oportunidad de echarse atrás, y ella había escogido casarse con él. No era culpa suya si ella lo había malinterpretado y había entendido que físicamente no podía concebir un hijo.
Sin embargo, aunque lo perseguía un molesto sentimiento de culpabilidad cada vez que pensaba en ella y aunque se le revolvía el estómago cada vez que recordaba su cara atormentada, sentía que se había quitado un gran peso de encima.
Los secretos pueden resultar mortificadores y ahora ya no había ninguno entre ellos.