|26| Sí existen los arrepentimientos

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Sakura

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Una de las cosas que odio en el mundo es ver a mamá retorciéndose de dolor a causa de los tratamientos que es sometida. A pesar de que no era la primera vez que la veía así, ojerosa, con las lágrimas asomando sus ojos y tratando de sonreír pase al dolor que debía sentir; no podía evitar contener las mías y apretar los dientes, reprimiendo las ganas de largarme a llorar. Debía ser fuerte por ella, por mis hermanos.

Esto apenas era el principio. El tratamiento para la Leucemia dio comienzo días atrás, iniciando por la primera parte: la inducción que consistía en eliminar las células leucémicas de la sangre y recudir el número de blastos en la médula ósea al nivel normal de una persona promedio. El tratamiento duraba poco y es intensiva, por lo que mamá tendría que estar en el hospital aproximadamente una semana o más dependiendo de los resultados y como su cuerpo fuera recuperándose.

La segunda parte se escuchaba aún más dolorosa extendida en ciclos de consolidación, administrar quimioterapia después de que se haya recuperado de la inducción. La doctora Anko nos explicó a mí y a mis hermanos el proceso con lujo de detalles —por la mirada indulgente que me dedicó, deduje que mi expresión delataba el terror y miedo que pasó por mi mente en ese momento—, la quimioterapia tenía el objetico de destruir el pequeño número de células leucémicas que permanecen en el cuerpo, se administraba en ciclos los cuales cada período de tratamiento es seguido por un descanso para permitir la recuperación del cuerpo.

El tan sólo escucharlo sentía mi cuerpo estremecerse, y fue aún peor ver a mamá después de la primera inducción. Cuando antes hubiera suplicado a que la lleváramos de regreso a casa, ahora apretaba los labios y se mantenía fuerte, valiente a continuar un tratamiento que tenía más posibilidades de fracasar; pero le hacía ver mi propia esperanza y fe para contagiarla de ello.

Aunque eso no quería decir que no fuera inmune a su dolor.

Lancé una miradilla desde el sillón dónde me encontraba sentada leyendo un ejemplar de Memorias de una Geisha, mamá dormía plácidamente en la camilla ajena a los pensamientos que inundan mi mente e intentaba alejar leyendo. Pero cuando volví mi vista al libro, las palabras fueron incomprensible y me estresó pasar solamente los ojos por las páginas.

Cerré de golpe el ejemplar alertando un poco a Karin quién cabeceaba del otro lado, enarcó una ceja a mi dirección con su cabello agitándose débilmente al compás del viento de la tarde.

—Saldré un momento —dije dejando el libro en dónde estuve sentada.

Apenas se percató y volvió a cerrar los ojos. Pero antes de irme escuché su voz.

—Deberías irte a casa ya, es tarde.

La miré sobre mi hombro, sus ojos ahora estaban puestos en mí. Desde que mamá estaba internada en el hospital nos turnábamos para cuidarla en lo que necesitara pues aún se ponía nerviosa y le daba tranquilidad nuestra compañía. Mayormente me quedaba en la mañana o tarde y Karin o Sasori durante la noche, en ocasiones Mikoto-san cubría turnos, pero pronto le decía que no era necesario, aunque insistía mucho por qué no querían que me expusiera a ningún peligro.

El Sonido del Silencio [SasuSaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora