Capítulo 6

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Caminaban tomadas de la mano, un sudor frío corría por la espalda de Anastasia, estaba nerviosa, asustada, alerta, pocas veces salía de su casa, y cuando lo hacía, un dolor se situaba en su estómago, una acidez y ganas incontrolables de morderse las uñas.

Sus padres se habían empeñado en no dejarla salir de la mansión, siempre con la excusa; "Aún eres muy joven para salir", "Una muchacha decente y de buena reputación debe permanecer en su hogar", sin embargo ella siempre veía a su hermana Julieta salir al parque con las hijas de las amigas de su madre. Nunca cuestionó el motivo, hasta hoy.

—Elvira, qué razón crees que tienen mis padres para no dejarme salir ni siquiera a tomar aire al jardín.

Ella lo sabía, sabía cuál era el motivo, pero Anastasia no debía saberlo, no aún, no sabía con certeza si ella tendría la fortaleza para digerir aquella verdad, aquella traición que solo había causado daño y sufrimiento.

— Mi niña, yo asumo que para protegerla, y cuidarla, usted es muy joven aún, tiene solo diescisiete años.

—Si, pero Julieta desde mucho antes de cumplir los dieciocho años, se le fue permitido salir a pasear con otras muchachas, a mi nunca me invitaron, es más — Hizo una pausa —. Ahora que lo pienso, siempre han evitado presentarme, ya sea a los socios de mi padre, o a las señoras nobles que se reunían con mi madre a tomar el té, es muy extraño, ¿no crees? — frunció el ceño, y apretó los labios. Dentro de su mente se clavó una espina, algo le ocultaban, y ella no descansaría hasta descubrirlo.

Elvira la miró de reojo, lo que vio en su rostro la inquietó, nunca había visto esa mirada en ella, su mandíbula estaba apretada, sus labios fruncidos, y los ojos ya no eran de aquel tono miel mezclado con un precioso e intenso tinte esmeralda, ahora se habían vuelto oscuros, negros como una fría y misteriosa noche de invierno.

—Anastasia, no pienses cosas que no son por favor, disfrutemos de la salida, tu sabes que pocas veces podemos hacer esto, y Elise siempre me pregunta por ti, te extraña, y mucho.

— Si, tienes razón — sacudió su cabeza, olvidando momentáneamente aquel misterio — ya quiero verla.

Apresuraron su caminata, solo faltaba una cuadra para llegar a la calle Oxford, donde su única y gran amiga la esperaba. Aguardaron en la vereda, mientras un carruaje pasaba frente a ellas, ambas se sorprendieron, era una carroza muy hermosa y lujosa, desde la manilla hacia arriba era de tono rojo, y hacia abajo era de tono dorado, la cortina de la ventana era de una tonalidad carmesí elaborada en terciopelo, llevaba un gran emblema en la puerta; un león con una corona a la izquierda, a la derecha un caballo con una cadena rodeando su cuerpo, al centro de ambos animales se ubicaban dos escudos en azul y rojo, indiscutiblemente pertenecía a alguien de la nobleza, a alguien muy importante.

— Que hermoso carruaje señorita Anastasia, tiene que ser de alguien muy adinerado.

—Si, definitivamente, alguien que nació en una cuna de oro, en fin, crucemos ahora que está despejada la vía.

                   • ~ • ~ • ~ • ~ • ~ • ~ •

— Gregory, llegamos, abre los ojos — tomó sus hombros y lo sacudió.

—¿Qué?, ¿Qué?, ¿Que sucede? — preguntó sobresaltado.

Abrió sus ojos lentamente y vio la sonrisa de Andrés —. ¿Te parece chistoso?, no he dormido bien, el viaje en barco me dejó mareado y descompuesto, realmente necesito un té.

El joven levantó ambas manos al aire — tranquilo, yo solo te aviso que ya llegamos al salón, y me imagino cuan cansado estas, apenas reposaste en el banco cerraste tus ojos. Ven, bajemos.

— Está bien — asintió y sonrió —. Que extraño estar de vuelta en Londres, ya me había acostumbrado a las calles de California, es todo tan diferente.

(Rosas, lleve una hermosa Rosa, para su pretendiente, su esposa, o incluso su madre) — Gregory se giró al escuchar a aquella joven, la idea de llevarle una rosa a su querida madre, le pareció maravilloso —. Se acercó a la señorita con una sonrisa, y la observó detenidamente, aquella dama llevaba un manto en la cabeza que cubría parte de su cabello color fuego, usaba un vestido azul con mangas acampanadas, un delantal blanco ajustado en su cintura, una cesta tejida de mimbre, todo eso decorado con una gran sonrisa y ojos vivaces de un tono azulado.

—Buenas tardes señorita. Deseo una rosa, por favor.

— Buenas tardes joven, de que tono desea la rosa; tengo blancas, rojas, y azules.

Gregory miró hacia al lado, no pensó que comprar una rosa sería tan complicado, necesitaba recurrir a su amigo para ayudarlo a escoger.

—Andrés, ayudame, es para mi madre. Pero al mirarlo detenidamente, se dio cuenta que su amigo se encontraba absorto en aquella jovencita de las rosas, su boca estaba entreabierta, y sus ojos brillaban sin despegar la vista de ella, se encontraba totalmente inmerso en la belleza que desprendía.

Miró a la muchacha, quien se había percatado de la osada actitud de su amigo provocando que sus mejillas se tiñeran de rojo, se notaba nerviosa ya que comenzó a estrujar su delantal con ambas manos.

Gregory estaba a punto de estallar en carcajadas, pero se contuvo mordiéndose el labio inferior — carraspeó —. Amigo, ayúdame a escoger una rosa — Sin embargo el joven aún no respondía —. Enfadado rodó los ojos.

—Andrés, te estoy hablando — lo empujó con el hombro haciendo que el muchacho perdiera el equilibrio, y saliera del hermoso trance en el que se encontraba.

— Si, si, disculpa, estaba pensando, ¿Qué pasa? — preguntó rascándose la cabeza.

— Pasa que te estoy preguntando, que cual tono de rosa te parece que le lleve a mi madre.

— Claro... si, las azules, son las rosas más hermosas que he visto en toda mi vida, y si que he visto rosas, pero ninguna como esta, es única, bella, y combina perfecto con el azul de sus ojos — declaró mirando a  la joven.

— Andrés, mi madre no tiene los ojos azules, los tiene de color.... aaaah claro — Entendió lo que había querido decir su amigo, movió la cabeza en negativa, y sonrió.

— Señorita...  — arrastró las palabras.

—Elise, Elise Brown, mucho gusto — sonrió — ahora dígame que tono de rosa por favor — susurró ignorando por completo la mirada hechizada de Andrés.

— Roja por favor, que sea roja. ¿Cuanto es?

—Son dos libras.

—Perfecto — asintió mientras sacaba de su bolsillo una bolsita carmesí de terciopelo, con el emblema de su familia; un león a la izquierda, y un caballo a la derecha y entre ambos, dos escudos, uno azul y el otro rojo.

— Tome señorita, muchas gracias, es muy amable, y la rosa es muy hermosa, estoy seguro que mi madre quedará encantada.

— Gracias a usted joven — sonrió e hizo una elegante reverencia, que dejó a Andrés aún más cautivado.

—Adiós señorita — Andrés se acercó sin dejar de mirarla intensamente, tomó su mano delicadamente, y la besó, la besó deseando transmitirle todo lo que su corazón había sentido solo con mirarla, era bella, hermosa, delicada y perfecta. Elise sonrió tímidamente, apenas dejando ver sus dientes, inclinó su cabeza para evitar mirarlo, era un joven demasiado apuesto, e inalcanzable para ella.

Ambos muchachos ingresaron al salón de Té, dejando atrás a la muchachita de las rosas, aquella que sin lugar a dudas, se ha de quedar en la mente y corazón de Andres.

Los pedazos de mi corazón. ~| °1 Trilogía  "Amores Verdaderos" | √ COMPLETA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora