Si se va, desde el aeropuerto de Son Sant Joan hacia el sudoeste de Mallorca a través de la carretera Ma-15, te encaminas hacia la zona de las playas de Levante. El trayecto es de poco más o menos una hora. Cuando se ha llegado a la mitad de la circunvalación que rodea el pueblo de Sant Llorenç d'es Cardassar se toma la carretera comarcal de Son Carrió, que discurre entre estrechos bancales de piedra y campos de almendros e higueras sobre un suelo de opaca redzina. Transcurridos quince kilómetros se llegará a S'Illot, un lugar pequeño y remoto donde hoy, con motivo de las fiestas patronales, sobre un exiguo escenario montado frente al puesto de la Cruz Roja, actuará el grupo de rock catalán Sau. Mientras arrecian sobre el fuerte calor los estridentes cantos de los grillos ocultos bajo las piedras y los mosquitos zumban inmisericordes, va llegando la gente. Desde Son Servera, Son Carrió, Manacor y Sant Llorenç, los coches son aparcados en las pedregosas cunetas de los trigales de la finca de Balàfia, en la carretera principal. Allí el centro de la carretera se convierte en una corriente humana sobre el agrietado macadán. La gente nota progresivamente en el estómago el molesto prurito del descubrimiento, llegan hasta la entrada del núcleo, pasan junto a los restos prehistóricos, donde este verano potentes focos iluminan los altivos bloques de piedra hasta muy entrada la noche a causa de la nueva excavación, y recorren brevemente la calle Talaiot en dirección al puesto de socorro. Algunos bajan hasta la playa y se mojan los pies, y los previsores llevan toallas y cervezas y botellas de vino y se sientan a contemplar la luna que, llena, lo tiñe todo de un aura de plateado misterio. Otros doblan a la izquierda y continúan hasta el pinar; allí, cuando se termina el pavimento y las rotas baldosas se mezclan con la arena terrosa cambian el sentido de la marcha, ya que el pinar, solitario y profundo, inspira a las gentes un miedo ancestral, inevitable.
Deshacen el camino dirigiéndose hacia la derecha hasta que llegan ante el viejo puesto de la Cruz Roja y se encuentran con la estampa de dos jóvenes sentados frente a la fachada en sillas de plástico amarillento. Van vestidos con el mismo uniforme, el chico sin pelo en la cabeza, apoyado sobre las patas traseras de la silla y mirando con aire ausente hacia la miríada de estrellas que pueblan el cielo; la chica, de rostro ancho y melena rizada y de oro, de ojos color del alga del fondo del mar, levanta la mano derecha y se cubre continuamente la garganta. Por encima de todo aquello flota un aire de decadencia sutil y difícil de olvidar. La verbena empezará de un momento a otro.
ESTÁS LEYENDO
La Venganza de la Tierra. Mare Nostrum
General FictionIsla de Mallorca, tras un vertido de organoclorados en el mar un caluroso mes de agosto las costas aparecen tapizadas por espesos cardúmenes de medusas. La socorrista de la Cruz Roja Odisea Pascual atenderá los primeros casos de picaduras mientras l...