Capítulo XIII: el sol y la estrella
Mackenzie no podía imaginarse a su padre viviendo en aquellas tierras. Todo era gris, el cielo era gris, la casa era gris, incluso el camino de piedra que llevaba a la entrada parecía estar cubierto de cenizas grises.
Además, parecía deshabitado, ¿qué le había pasado a ese lugar? La chica se abrazó a si misma cuando un escalofrío la recorrió de abajo a arriba. Alastair posó una mano en su espalda y con suavidad la empujó hacia la casa.
Subió la mano y con firmeza dio dos golpes en la puerta.
—¿Y si no hay nadie?
A Alastair no le dio tiempo a contesta ya que la puerta se abrió de golpe. La mujer frente a ellos también era gris. No su piel, ni sus ojos que eran de un verde tan familia que Mack tuvo que reprimir un sollozo, sino su aura, su energía. Parecía que se había dado por vencida, que había dejado de vivir para solamente dejar pasar el tiempo.
Su cabello era blanco, su rostro estaba enmarcado con alguna arruga y aunque parecía cansada y derrotada, las líneas de su rostro se mantenían firmes, una firmeza que Mack también veía al mirarse al espejo.
—¿Qué queréis? —Su voz era ronca, desgastada. —¿Quiénes sois?
—Creo que soy tu nieta.
Mack se maldijo de nuevo por su sutileza y Alastair maldijo cuando la señora se puso todavía más pálida y cayó al suelo.
***
La pareja andaba de un lado a otro de la habitación, mirando de reojo a la mujer que habían dejado desmayada en el sofá.
—Solo a ti se te ocurre soltarlo así.
—No es mi culpa. —Mack señaló a su abuela. —Ella se ha desmayado.
Alastair fue a protestar, pero el quejido de la mujer les hizo callarse a los dos. Mack se acercó a ella con un vaso de agua y se alejó rápidamente esperando que la mujer no se desmayase de nuevo.
La mujer bebió sin apartar los ojos de ella, su mirada pasó por sus ojos y se quedó fija en su cabello. Un sollozo salió de su garganta y Mack supo por qué, al ver su cabello dorado, ella veía a su hijo.
—¿Realmente eres...
—Eso creo.
—Ven conmigo. Tengo algo que enseñarte.
Mack miró a Alastair que se encogió de hombros y ambos se dirigieron hacia donde había ido la mujer, hacia la verdad.
—Tu padre escribió... —La mujer alargó la mano hacia un mazo de cartas. —Nunca las respondí. Yo... —La voz de la mujer se quebró en un sollozo. —Ojalá lo hubiese hecho.
La mujer salió de la sala dejándoles intimidad. Mackenzie miró las cartas, era la historia de sus padres.
Se sentó junto a Alastair y leyó cada una de ellas. Las lágrimas caían por sus mejillas y no podía detenerlas, tampoco quería porque estaba sintiendo, los estaba sintiendo a ellos. Había veces en las que sentía que no podía recordarles, que olvidaría su cara o su voz. Pero aquello, aquello era el alma de su padre plasmado en tinta negra. Era su alegría, su nostalgia y su dolor.
Alastair se quedó a su lado, agarrándole la mano y leyendo cuando ella le pasaba las cartas. Mackenzie se paralizó al leer la siguiente carta y un sollozo salió de ella.
Mamá:
He perdido ya la cuenta de cuantas cartas he escrito, con la esperanza de que entiendas que este era mi destino. Davina fue un ángel que iluminó nuestras vidas, cuando todo parecía oscuro, pero ahora la oscuridad parece estar volviendo.
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Sassenach | Highlanders II
General FictionCualquiera que conozca a Mackenzie dirá que es la rebelde de las hermanas White. Dirán que es hermosa a la par que peligrosa. También dirán que parece no temerle a nada. Pero la verdad sobre Mackenzie es que el temor siempre le acompaña, el temor a...