Siempre has sido mi único habitante, Pelirroja.

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Gilbert

El dolor impacta de una manera que nos demuestra cada uno de nuestros puntos débiles. Nos demuestra lo que realmente sentimos por esa persona, y lo que una vez deseamos y nunca reconocimos. Y el dolor de la verdad se mezcla con el arrepentimiento de no haberlo confesado cuando hubo la oportunidad. Esa mezcla de sentimientos se presenta en la única que ella supo expresarse, aferrándose a mi fría mano, arrodillándose a mi lado, gritando mi nombre una y mil veces. Siempre me encanto como su voz lo abrazaba, sonaba más limpio de lo que merecía, pero esa vez me destrozó en tantas partes que la impotencia de no poder desaparecer ese dolor que la consumía, de no poder levantarme y besarla, transportarla a casa-A el portal que abrían nuestros labios unidos. Que creamos sin darnos cuenta la primera vez que la besé.- creció por mil, multiplicando las ganas de poder levantarme, dividiendo las posibilidades físicas de poder conseguirlo.

Jerry seguía abrazándola por la cintura, no la soltó en ningún momento, su firmeza era tan fuerte como el agarre que Anna ponía en nuestros dedos entrelazados. Clavando cada uno de los "Te quieros" que nunca me dijo en mi piel. Los recogí todos en mi sangre, me los tatué sin pensárselo dos veces. Al igual que disfrute del calor que siempre quise tener entre mis sabanas todos los días, semanas, meses, y años de nuestra historia. Pocas veces lo pude obtener, pero cada una de sus ocasiones fue perfectas,incluidas las que fueron por necesidad. Y ese olor nunca dejará de perseguirme , en cada paso de mi vida siempre seguirá en mi. Como sus miradas, su cuerpo, sus dedos entrelazándose con los míos es el movimiento más bonito que jamás pude presenciar, en cómo sus grises ojos repasaban mi cara por las mañanas. Incluso siempre recordaré lo preciosa que se veía cuando discutimos.  Aunque mi recuerdo favorito siempre sera como sus ojos se cerraban al sentir mis pulgares acariciando sus mejillas en un masaje circular, haciendo dibujos con sus pecas. El recuerdo que guardan mis dedos siempre será ese.

Las semanas pasaron, pero Anna se negó a desconectarme de la maquina de oxigeno.

No me abandonó.

Al mismo tiempo que el matrimonio de los mejores amigos que tenemos en común no la abandonaron. Incluso Cole llegó a la tercera semana de mi presunta muerte. Seguía tan alto y rubio que siempre, tan solo había mejorado su modelaje y su musculatura, siendo más fibroso y atractivo, las enfermeras hacían turnos para babear con él.

La reacción de Anna fue necesidad. Un sentimiento que ni Cole ni yo habíamos visto nunca en ella. Siempre éramos nosotros la que la necesitábamos, la que siempre abrazamos hasta caer dormidos de las lágrimas que sumergimos en la blusa de Anna. Pero esa vez fue ella quien lo hizo, lo abrazo, soltó mi mano después de semanas, y lloró durante día y noche en su camisa de cuadros verdes. Llegó un punto en el que Cole acarició el pelo de ella y lloró junto a ella, en ese sofá blanco, en el que tantas veces lloraron y durmieron abrazados.

Llegó el primer mes. Mi corazón seguía sin dar ningún registro de vida. El doctor decía que estaba muerto que debía aceptarlo. Pero ella no lo hizo, sabía que yo seguía vivo, siempre tuvo fe en mí. 

En el segundo mes, Jerry pagó para que no me quitaran la cama, aunque él nunca tuvo la esperanza que yo volviera. 

En el tercer mes, Diana empezó a perder la paciencia con Anna. Tuvieron discusiones graves, donde siempre una de las dos abrazaba a la otra poniendo fin el tema. Firmando la paz con un café y una sonrisa.

En el cuarto mes, Cole decidió mudarse con Anna a la habitación, ya que el matrimonio tenían a Hazel, y era imposible que durmieran con Anna. 

En el quinto mes, los médicos decidieron darme la oportunidad de vivir, ya que mi cuerpo seguía intacto, sin descomposición, sin olor, nada podía determinar que era un cadáver.

En el sexto mes, Anna empezó a dormir conmigo, abrazándome en busca de alguna paz.

En el séptimo mes, Anna empezó a no comer.

En el octavo mes, Anna tuvo su primera crisis psicológica.

En el noveno mes, Anna perdió diez kilos.

En el décimo mes, Anna encontró los anillos que reposaban en mi bolsillo.

En el doceno mes, su dedo anular de la mano derecha se decoraba con el anillo de matrimonio que una vez reposó en mi bolsillo.

El año comenzó con ese anillo aún en su dedo. Cole no estaba en la habitación. Solo estaba ella. Acariciando mi rostro con sus dedos, con una sonrisa mojada por sus lágrimas. Nunca la había visto llorar tanto. Recuerdo que la ventana daba a su espalda, haciendo un pequeño arco de luz solar alrededor de su melena pelirroja, haciendo que fuera el ángel que tantas veces he imaginado que era. Su mirada era llena de amor, siempre me había mirado como si fuera perfecto, incluso cuando no lo fui, incluso cuando le presenté mis imperfecciones. Nunca se asusto de mi mundo oscuro, al contrario, lo llenó de luz, haciendo que cada uno de mis miedos a mi mismo se convirtieran en un polvo que se fue convirtiendo en una pared del pasado. Sus manos estaban frías, y temblaban mientras repasaban cada peca que había en mis mejillas. Unas pecas que solo ella sabía donde estaban. Su nariz respiraba con dificultad, estaba cansada, destrozada, y cada día con menos esperanzas de saber si volvería. Yo notaba su desesperación. Y lo peor de todo era no poder disiparla.

- Ha pasado un año,Gilbert. - su voz era rota, pero preciosa, por fin pude volver a escuchar su voz en mis oídos. - Un año en el que me convertí en tu esposa. - me enseña el anillo. - Nunca fuimos a una iglesia, ni tampoco hace falta, porque sabes que yo siempre he querido casarme en la playa, sin nadie, tan solo nosotros solos.- sonríe mientras sostiene esa caja de terciopelo. - Tampoco hemos firmado unos papeles donde confirme que yo llevé tu apellido. Pero lo llevó. Porque siempre fui tuya, desde la primera vez que nos cruzamos. Desde la primera vez que bailamos en esa espesa lluvia. Desde esa vez en la que me besaste. Desde esa vez que hicimos el amor. - suspiro, intentando controlar sus emociones. - Sé que no fuimos perfectos. Éramos una montaña rusa que aumentaba la velocidad sin pensar que había pasajeros detrás.Pero la imperfección que teníamos separados, la volvimos perfecta cuando nos juntabamos. Por eso te di mi primer beso, por eso te di mi primera vez, por eso te volviste el amor de mi vida. - sus lágrimas empapaban el terciopelo negro. - Por eso eres el amor de mi vida. La persona que me demostró lo difícil que puede ser encontrar el olor a hogar que en ti encontré. La persona que me luchó por amarme. La persona que se ha convertido en mi vida. En mi país. En el deseo de volver a ser el único habitante que habite cada uno de tus besos, caricias, "te quieros", y sobretodo la única que habite tu apellido. - abre la caja de terciopelo, sacando el anillo de plata que iba a colocarme ella el día de nuestra vida. - Por eso quiero preguntarte. - Coge mi mano, sintiendo como mi cuerpo despierta al sentir como besa mi dedo anular derecho. - ¿ Me permitirias ser tu habitante toda la vida? 

- Siempre has sido mi único habitante, Pelirroja. - respondió, con la voz ronca, levantando mi torso lo más rápido que puedo para cogerla del cuello, y besarla de la manera que tanto deseé durante 365 días.



¿Blythe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora