El karma nos alejó en universos

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Gilbert

No fui capaz de girar la cabeza cuando me fui. Lo único que puede notar es que había levantado la cabeza cuando cogí mi abrigo, en el cual enterré mis dedos para no girarme sobre mi propio eje y cogerla de la mano para llevármela conmigo. Atravesé el pasillo de la mansión, con prisa de no volver a ella. Justo en el momento en el que atravesaba la sala de baile Jerry vio cómo partía sin Anna, su mirada no fue para nada rabiosa, al contrario, asintió con la cabeza en modo de decepción, y me dió la espalda mirando hacia su esposa, que hacía reír a los hombres de su alrededor con alguna historia. Esa escena me destrozo el alma en tantos pedazos que algunos se clavaron en mi corazón. Ver como Jerry sonreía mientras Diana era la estrella en la que aquellos hombres seguían, era admirable. Me sentía capaz de serlo con Anna. De verdad que lo pensaba. Pero si en esa escena fuéramos Anna y yo, sería totalmente diferente. Anna se luciria repartiendo historias, mientras que yo, estaría junto a ella, agarrando posesivamente su cintura, mirando a cada hombre con ira, o mejor dicho, celos. Anna se sentiria incomoda, seguiria con alguna historia más y después me cogería la mano para ir a algunas de las habitaciones, donde acabaríamos destrozandonos uno al otro, y arreglandolo de la única manera en la que sabemos. En la única que yo le enseñé. Y por eso hemos terminado así. Ella en una jaula de protección hacia mi, y yo alejándome de ella, aunque sea el amor de mi vida. Ella en una habitación llena de oscuridad, y yo con más de un rincón de mi cuerpo lleno de su luz. 

Las calles me acompañan en la soledad. Las farolas iluminan cada paso que doy en esa alfombra blanca. El hombre que guiño el ojo a Anna me abre las puerta hacia el garaje, buscando detrás de mí por si ella está ahí. No dijo nada, tan solo ignoró sus caras de interrogación y me dirigo hacia mi cochero. Quien me abre la puerta del coche sin preguntar por la persona que devora cada parte de mi mente, cosa que agradezco cerrando la puerta por mi mismo, y poniendo en marcha a los caballos, rumbo a mi casa, donde podré beber hasta que mis pulmones se agoten. Los caballos agitan sus pasos mientras yo admiro el lugar vacío a mi lado. Hay algunos pelos pelirrojos enganchados a las butacas, incluso su olor sigue presente, dejando invisibles los otros en mi nariz. Los matices a mango me recuerdan a su tez blanca sobre la mía morena, en sus dedos recorriendo mi cuello y hombros, en cómo su cuello se fundía con mis besos bajo la luz de la luna. La carretera deja de ser mi principal preocupación. Dejó las cuerdas en el suelo, y las piso con ambos pies para mantener el control sobre los caballos. Mis dedos se deslizan en la piel de ese asiento que una vez fue ocupado por ella. Aun siento su calor entre mis dedos.

 Acarició cada parte de él, imaginando que ella volverá a mí, que lo volverá a ocupar, que me volvera a sonreir mientras me acaricia mi pelo alborotado por el viento, peinando mientras me obliga a que la deje de mirar para que preste atención a la carretera, justo lo que no estoy haciendo ahora ¿ Para qué hacerlo si ella no está aquí para recordarmelo? 

Los caballos siguen moviéndose sin rumbo, las tiras cada vez son más difíciles de controlar por mis pies, y yo sigo envuelto en una tortura de haber cometido el error de mi vida. Mi corazón palpita lento, y mi respiración ni existe. Mi cabeza da vueltas a todo lo que está pasando, recalcando cada palabra que mi boca dijo sin pensar en las consecuencias, sin pensar que la estaba perdiendo. Mis manos tiemblan mientras todo se vuelve oscuro en mi alrededor. Los sentimientos de culpa y remordimiento vienen hacia mí, amenazando, asustandome, diciendome que se acabó, no habrá una pelirroja llamada Anna Shirley esperándome mañana para seguir fingiendo algo que realmente sentimos por el otro. El calor del mediodía se convierte en el frío de las noches que paso sin ella a mi lado. El miedo se aferra a mi sin pensar en nada más que ella alejándose de mí otra vez. Mis pies se van debilitando por el ataque de pánico que invade mi cuerpo. Las tiras se van soltando poco a poco, hasta quedar al borde el carro. Los caballos siguen acelerando por calles que mi mente no recuerda. Mi cuerpo se paraliza al ver esa pared de piedras delante de nosotros. Mi respiración cada vez es más lenta, y mi corazón da tantos golpes en mi garganta que es imposible poder levantarme. 

Miles de coches se apartan para no morir aplastados, los gritos no se hacen esperar cuando los caballos siguen adelante, a pesar que nos quedan diez centímetros para darnos contra nuestra muerte. Yo no reaccionó, tan solo espero que el impacto llegué. Y llego, sin ningún dolor, sin gritos, sin luz, sin lágrimas, solo con las manos alrededor de mi bolsillo derecho, donde estaban los anillos de compromiso que iba a pedirle a Anna esa tarde. 

Anna sería mi mujer si no hubiera sido por el maldito destino.

El karma nos alejó en universos


¿Blythe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora