Sinopsis

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Entre fresas y dagas

Es verano en St. Thomas y aun así el cielo parece caerse a pedazos, las gotas gruesas de agua empapan mi cuerpo y el de mi madre, quien sube mis maletas al auto.

¿Cómo puede hacerlo tan rápido? ¿Tan grande es su necesidad de tenerme lejos?

Me cruzo de brazos y dejo que se encargue de las cosas sola. Si su urgencia es mayor que mi tristeza, pues que lo haga por su cuenta. Las ganas las tiene y la motivación está solidificada en su única hija frente a ella. 

— Iré a despedirme de los perros, a la final son ellos los que me han criado. –volteo molesta, y como si estuviera invocando a la jauría de animales, aparecen coleantes y felices.

Ingratos.

Me agacho en cuclillas y abrazo a Sparky, el apestoso pastor alemán de mi madre. El perro ladra en cuanto lo toco y me alejo tan rápido como me acerqué. Acaricio la cabeza de los demás, ganándome mordiscos en el proceso. 

Las cosas sí se parecen a su dueño y al parecer los perros tampoco me quieren aquí. 

Veo la casa con melancolía, el ambiente gris y los truenos hacen de mi despedida una auténtica película de drama. Arrastro mis pies por la acera y subo al auto, mojando los caros sillones de cuero.

La mujer a mi lado sisea entre dientes y emprende camino hacia el puerto.

Me recuesto en los asientos traseros y grito, asustando a mi madre. –Insensata, te estás deshaciendo de un ser humano, de tu propia hija, ¿Crees que Dios te perdonará? Serás su hija más traicionera, eres peor que Lucifer.

Ignora mis llantos y reproches con una sonrisa en los labios.

Susurra un "dramática" en mi dirección y coloca una de sus feas y viejas canciones.

¿Dramática yo? Me aleja de mi hogar, de los pocos amigos que con esfuerzo y soledad conseguí. Me está alejando de mis extensas noches de película en el ático de casa, reproduciéndose en el viejo televisor que ella misma desechó. Como lo está haciendo ahora conmigo.

Me arrodillo en los sillones y observo por la ventana trasera del auto. Adiós granja. Adiós a las tardes en la casa de Daniel. Adiós a las deliciosas Pizzas del señor McGroody. Adiós a Sparky y sus asquerosas sorpresas en la puerta de mi habitación.

— Me lo has quitado todo esta vez mamá. –suspiro rendida. –Me estoy asfixiando en un maldito vaso de agua.

— Mmh. –hace un ruido con su boca. –No malas palabras.

— No malas palabras. –me cruzo de brazos. –Encontraré la manera de salirme con la mía, ya verás.

— Deja de ser insoportable y haz silencio, no me dejas más opción, tu misma te lo has buscado, ahora deja de rasguñar mis asientos y compórtate.

— Al demonio los asientos. –golpeo el espaldar.

— No malas palabras.

— No malas palabras. –acaricio el cuero café. –adiós St. Thomas, extrañaré fantasear con Iván y su redondo trasero, seré encerrada en una academia militar y moriré virgen. –hiperventilo.

¿Morir virgen? Me niego a hacerlo. Daniel y Sam dejaron de ser vírgenes el año pasado, planeamos perder nuestra virginidad al pie de la letra. Mi turno era este año, estaba lista de romper la opresión religiosa de mi madre y disfrutar del último año en el instituto como se debe.

— No hagas comentarios sexuales. –reprende. –St. Thomas no se irá a ningún lugar, debiste pensarlo dos veces antes de dejar entrar a dos hombres a casa y profanar mi hogar con...

Fresas Y DagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora