No cuenta como infierno, si te gusta como quema.
— No puedo controlarte Irina. –confiesa.
— No quiero que me controles. –chillo molesta, acercándome a su cuerpo y empujando levemente su pecho. –¿Es que no lo entiendes?
— ¿No entiendo qué? ¿Qué hemos tenido esta conversación cientos de veces y en ninguna parece haber un avance?
— No lo entiendes. –dejo caer los brazos rendida. –Si tan solo hubieses sido un poco menos idiota desde el comienzo, todo esto. –nos señalo. –sería distinto.
— Querías un terrón de azúcar en una academia militar. –recalca la última palabra con gracia.
— Quería un poco de empatía. –limpio mi mejilla, empapada de la nada. –Me sacaron de mi hogar a patadas por razones que no dejas de embarrarme cada que puedes. Llegue a un lugar nuevo, sola, donde todos crecieron juntos bajo el mismo modelo educativo y lo primero que hiciste fue humillarme llevando a esos niños al campo de entrenamientos. –veo como muerde su labio. –¿Con qué imagen pensabas que te recuerde? Fuiste un insensible desde el segundo uno.
— ¿Y esperabas que cambie por una extraña?
— ¿Ves? ¡Sigues siendo un idiota!
— ¡Bien! ¡Soy un idiota y el malo en esta historia! –vuelve a gritar. –Pero estaba haciendo mi trabajo, ¿Cómo justificas tus misteriosas desapariciones que ponen en riesgo mi carrera? Carrera que me tomó sólidos años construir.
— Ambos somos culpables, no me señales a mí.
— Entonces, dejemos de lado las desapariciones y el mal comportamiento. –asiente. –¿Tus insinuaciones? ¿El beso? ¿Las piernas desnudas?
Mi estómago se contrae y aparto la mirada.
— ¿Qué quieres que diga sobre eso?
— Eso también me afecta, eres mi alumna, estás a mi cuidado, estás a...
— No siento eso. –levanto la cabeza. Solo suéltalo Irina, terminarás vacía tarde o temprano.
— ¿No? –trata de mantener la compostura. Y joder, claro que lo entiendo, es mi capitán, mayor que yo.
— Me han llamado pecado durante dieciocho años. –sonrío. –No me importa esta vez sí mi mala reputación se vuelve real.
Sus ojos se oscurecen y avanzo un paso más en su dirección.
— Tenemos que volver. –susurra, con la vista fija en mi boca.
— No quiero.
Y sin pedirlo, o siquiera sugerirlo, sujeta mi cuello y estampa sus labios sobre los míos, arrebatándome un grito de sorpresa en el proceso. Me aparto agitada y forcejeo un rato sobre su agarre, no tarda cuando vuelve a besarme y esta vez mueve sus cálidos labios sobre los míos. Muerde mi labio inferior para que abra la boca y así lo hago.
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Fresas Y Dagas
Ficção AdolescenteAmargo. La derrota tiene un sabor tan amargo que provoca nauseas gigantes. No le puedes prohibir a una planta crecer. No puedes solo llegar y exigirle al sol desaparecer. Eso es considerado un acto estúpido y egoísta. A mi me han cortado las alas...