Capítulo 9

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Ángel, me ha dicho ángel

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Ángel, me ha dicho ángel. Ruedo sobre la cama y tengo que agarrarme del respaldar para no caer al suelo.

Es que no me lo creo, Evian Jeux, el sátiro, el imbécil que me hace la vida imposible, el amargado y capitán del hielo, se ha mostrado de una manera tan distinta que no sé cómo reaccionar ante ello.

De repente sonríe, carcajea y habla de Dios conmigo. ¡De Dios!

Me "coquetea", se desviste en mi delante, come galletas y me ayuda a poner una tranca. ¿Qué se supone que tengo que hacer?¡Ni siquiera sé cómo pude hablar tanto tiempo con un hombre tan atractivo sin desmayarme en el proceso!

Y es que Evian es intimidante, guapo y su voz hace que quiera salir corriendo a darle la vuelta al mundo, no sé cómo tratar con alguien así, quitando el hecho de que es mayor.

Dejo el plato que acabo de vaciar en el lavadero y me aferro bien a la chaqueta. Salgo de la cafetería y me acerco sin prisa al portón que me separa del mundo exterior. La academia tiene un sistema de seguridad virtual, por lo que tengo que rodear todo el portón y acercarme a la reja que salté la vez que fui de fiesta con los chicos.

Me sujeto de los bordes con fuerza y dejo que mi bolso caiga primero. Uso mis pies para impulsarme hacia arriba y una vez llego a la cima, me dejo caer. El césped mojado hace la caída menos dolorosa y recojo mis cosas para perderme por el bosque. Camino por un par de minutos hasta llegar a la carretera y suelto todo el aire contenido en mis pulmones cuando el mar furioso y oscuro se arremolina en olas gigantes.

Maravillada, me deslizo por la carretera y saco el celular para tomar unas cuantas fotos y enviárselas a Celine. "Escapada, exitosa" pongo en el mensaje adjunto y me entretengo viendo a las fragatas tratando de pescar algo con sus largos picos.

Pierdo la noción del tiempo y una vez ya llego al pueblo más cercano, compro una botella de agua. Traje ahorros en efectivo de St. Thomas, no durarán siempre, pero me alcanza para no morir de aburrimiento estos días.

Las canciones navideñas me calientan el pecho y sonrío cuando un grupo de niñas me regalan un pequeño paquete de galletas de jengibre.

Hoy es noche buena, todos probablemente se preparen para cenas familiares y lucir vestidos bonitos en la mesa, y yo por otro lado, hago de "turista" buscando una pista de patinaje y un restaurante para almorzar.

Me acerco a una tienda de música y busco al encargado, este se acerca con una cálida sonrisa y pregunto por una pista de hielo.

—     Estás de suerte chiquilla. –me guía hacia la puerta. –Camina hasta la plaza que ves allí y gira hacia la izquierda, verás un centro de gimnasia, suelen abrir la pista de hielo en estas épocas del año. –señala las calles y agradezco con una sonrisa.

Me desplazo por las calles del lugar hasta llegar al famoso centro de gimnasia y entro haciendo que una campana suene. Una chica rubia y de baja estatura se asoma por unas escaleras y se acerca.

Fresas Y DagasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora