—Ya estoy cansada, ¿no podemos continuar después? Por favor.
—Señorita, su padre dijo que quería que hoy sin falta consiguieramos su vestido, no podemos retrasarlo más.
Me encontraba cansada de todo ese movimiento. ¡No quería casarme! Hubiera salido y gritado a los cuatro vientos. Sería estupendo liberar aquella molestia de mi pecho, pero no podía. Debía demostrarme educada, respetar los modales que la señorita Florinda se había empeñado año tras año en darme.
—Señorita, estese quieta, por favor —dijo la señorita Florinda por quinta vez, mientras veía que las costureras luchaban por amarrar el molesto moño.
Mi padre, era el rey de un reino llamado New Castle. El lema de aquí era "Tus acciones revelaran tu futuro". Eso me obligaba a ser cuidadosa en todas mis actitudes y responsabilidades. Aveces solía ser una carga bastante pesada para la hija mayor de la familia.
Mi hermana tenía dieciséis años, pero, ¿saben qué? Parecía de veinte. Siempre demostró ser mucho más madura en todas sus actitudes. Para ese entonces, tenía diecinueve años recién cumplidos y estaba en la peor etapa de mi vida como princesa. Como he mencionado antes, debía casarme para ascender al trono y suplantar a mi padre. El problema no era casarme, el problema estaba en con quien tenía que casarme.
Desde niña muchas soñamos con encontrar al amor de nuestra vida y vivir felices por siempre, al menos eso es lo que pintan en los cuentos. La realidad es gris y triste. Los matrimonios en la realeza son armados por los padres, a causa de las uniones entre dos reinos. ¿Se pueden imaginar viviendo con un hombre que no aman? O quizás, ¿hasta que ni siquiera conocen del todo? La verdad, es más feo de lo que pueda llegar a sonar.
Debían elegir el vestido para conocer a mi próximo pretendiente. Vendría en dos días y debía verme hermosa y "apropiada", como diría la señorita Florinda. Luego de escoger ese, debían elegir mi vestido para el desfile que se celebraría mañana por la mañana en la plaza central. ¿Saben por qué digo deben? Mi hermana, mi tutora y mi diseñador se juntaban para elegir el atuendo mas apropiado, siempre. Desde que me vieron paseando con Príncipe en esa vestido "revelador" y de campesina "veraniega" , ya no me dejaban escoger mas que colocarme.
Aguarden, ¿creyeron que "Príncipe" era un príncipe en serio? Oh, no.
Él era mi perro, el perro real. Era un gran danés de color blanco con manchas por todo su cuerpo, enorme, como el nombre de su raza lo dice. Mi mejor amigo, y no es porque sea una antisocial, claro que no. Mis responsabilidades y los guardaespaldas que mi padre siempre mandaban cuando quería pasear, espantaban a toda persona que se me acercase. Es por eso que prefería quedarme encerrada.
¿Quién quisiera tener a cuatro enormes hombres, medio osos, a su alrededor constantemente?
—Señorita Elisabeth, ¿qué le pasa? —dijo la señorita Florinda.
Por fin me pueden conocer por nombre.
—Lo siento, es que estaba pensando en unas cosas, ¿qué sucede?
—¿Prastel? o ¿Lavanda? —Edwin extendió dos vestidos de dichos colores. Disculpen su acento francés.
—¿No hay uno azul? —pregunté rechazando ambos.
—Ay, pog dios, esta madmuasel es impogsible—él se apartó histérico y tiró ambos vestidos en una silla, se sentó y con ambas manos masajeó sus sienes.
Florinda se acercó a el agotado diseñador y apoyó su mano en uno de los hombros de aquel hombre.
—La princesa es un tanto... -apartó su vista hacia mi-... Indecisa, por favor, el pastel estará bien, gracias por todo.
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La princesa Elisabeth ©
Historical FictionElisabeth, está condenada a ocupar el trono y contraer matrimonio. No desea ser reina. No desea casarse. Las cosas empeoran cuando conoce al chico del pueblo. Un simple campesino. ... ¡Puesto número #5 en novela histórica! Booktrailer en YouTube: h...