Capítulo 24 "Feliz cumpleaños"

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¿Para qué quería hablar si no iba a hacerlo?

—Marco... ¿Qué es lo que necesitas? Me pone nerviosa el silencio —dije, tamborileando los dedos en el costado de mi vestido.

Él dudó. Se quedó viendo un punto fijo en el césped, pero luego, tomando aire en profundidad, se rascó la nuca y dijo:—¿Te piensas casar así porque sí? —Enarcó una ceja.

Más directo imposible.

—Lo amo.

¿Y ahora por qué mentía?

—¿Lo amas? —Su ceja se enarcó aún más, y recargo el peso de su cuerpo sobre la otra pierna. Entonces negó. Se veía confundido, irritado... No sabría decirlo con sinceridad.

—Ay, Marco. —Suspiré—. ¿Por qué te debo responder estas preguntas?

—Porque las estoy planteando.

—¿Y? —Solté una risa nerviosa y busqué alguna respuesta en sus ojos.

—No lo sé, es que... Simplemente no puedo creerlo. Digo, ¿Qué pasó con todo lo anterior? Con nosotros. ¿Estabas jugando conmigo?

—¡¿Qué?! Ay. —Rodé los ojos—. No digas estupideces, sabes que no soy así.

—Ya dije que no lo sé... —Rascó su nuca de nuevo, en un gesto nervioso. Comenzo a caminar de un lado al otro. Se notaba que buscaba las mejores palabras para expresarse—. Ahora finges que no sientes nada por mi... Te vas a casar. ¿Qué es eso? No entiendo nada. —Revolvió sus cabellos y tomó asiento en uno de los bancos que estaba al lado de un arbusto, con forma de San Valentín.

Esta era la situación en la que debería contarle la verdad... No me iba a casar.

Auto control.

¡Al diablo!

—Sabes que... Estoy harta de todo esto. ¡No me voy a casar! —grité, pero luego tapé mi boca con los ojos a punto de salirse.

—¿Cómo que no te vas a casar? —Él me tomó de los hombros levantándose del asiento y me miró expectante. Su agarre calentó mis hombros y su porte me inspiró todo ese remolino que sentía cada vez que lo tenía cerca.

No respondí, solo me quedé en la misma posición y él volvió a preguntar lo mismo.

—No quiero. —Le dije, quitando las manos de mi boca—. No lo haré.

Aquellas palabras desorbitaron aquella mirada perdida y desentendida de hace un rato. Un brillo cruzaba sus pupilas dilatadas.

—¿Y hace cuánto se te ocurrió eso?

—Abuelita me contó su historia y me dijo que... Ay, bueno, no importa lo que dijo... No me voy a casar.

—¿Ya se lo dijiste a tu padre? Él... Él...

—Gracias por la tranquilidad —dije, mientras me sentaba y largaba el aire de mis pulmones.

—¿Y si te obliga?

—No lo sé...

Nunca había pensado en eso. ¿Qué pasaba si me prohibía gobernar sola? ¿Qué pasaba si tenía que casarme de todas formas?

—Huyamos.

—¿Qué? ¡¿Estás loco?! —Ese chico necesitaba terapia.

—Huyamos juntos, yo también estoy por volverme loco aquí... ¡Es perfecto, Elisabeth! Es la única manera de asegurarnos que las cosas puedan funcionar. —Cuando tomó mi mano, y le dió un apretón, me quedé viendo el agarre, y mi corazón comenzó a palpitar como loco.

La princesa Elisabeth ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora