Capítulo 3 "Lágrimas"

14.4K 717 22
                                    

Los rápidos y ligeros pasos en mi habitación me hicieron abrir ambos ojos y observar el lejano techo con pequeños angelitos pintados en él. Me incorporé y rasqué mis ojos mientras observaba a la señorita Florinda y a mis dos sirvientas yendo de un lado a otro, preparando mi tiara, vestido y diversos accesorios.

—¡Era hora Elisabeth querida! Hace ya casi una hora que te estoy intentando despertar—dijo ella con las manos en sus caderas—. Vamos, vamos. —Me tomó de la muñeca repentinamente—. Mire lo que es su cabello—estiró una punta que se enrulaba rebelde.

Estaba tan dormida que veía todo borroso, así que choqué con unos muebles mientras me arrastraban al baño.

—Ay —dije sobando mi pie. Me había chocado con una cómoda. ¿Por qué no me guiaban bien?

—Si usted se hubiera levantado más temprano no tendríamos que andar apuradas. Su hermana, según me dijo la tutora, ya está lista hace media hora.

Típico.

Pegué un gran bostezo abriendo mi boca de par en par.

—¡Señorita! ¿Qué le enseñé en la lección seis párrafo cuatro? —dijo ella espantada.

—No bostezar con la boca abierta, sino que delicadamente cubrirla con una de mis manos —repetí mientras rodaba los ojos—. Estoy totalmente dormida, señorita, no veo nada y usted pretende que recuerde mis modales —reí mientras me metía a la tina.

Las sirvientas comenzaron a lavar mi cabello y a untarlo con miles de esencias que largaban hermosos aromas.

—Una princesa nunca olvida sus modales, así que vamos a repasar todo para hoy. ¿Lección nueve párrafo dos?

—Ni idea —reí mientras frotaba mis ojos con un poco de jabón.

—¡Elisabeth! —gritó ella—. ¿Qué vamos a hacer contigo? Te lo recordaré, es simple. ¿Me estás escuchando acaso? ¡Elisabeth!

Las burbujitas que salían de mi cabello y de la burbujeante tina se impregnaban en la bultosa cabellera de la señorita Florinda, era imposible no reírse.

—Lo siento, la escucho.

—Recuerde, saludar a todos con gran interés, mostrar cariño a todos, incluso al más necesitado. Ya sabe, los pobres... —dijo ella despectivamente.

Eso era algo que me molestaba y dolía en el alma. ¿Por ser rico eras mejor persona? Nunca pensé igual que ellos, nunca. Había personas que eran ricas en cosas materiales, hectáreas y hectáreas de tierras, pero al hablar con ellas descubrías algo totalmente nuevo, eran vacías, eran pobres. En cambio, yo conocía a comerciantes o aldeanos que sin tener mucho, sólo el plato de comida para el día, eran felices. ¡La felicidad no está en cuanto poseemos! Sino en la familia y valores morales.

— ...demuestra profundo respeto hacia los mas mayores y ante todo, ante las personas importantes en la sociedad, esos son los más importantes. ¿Escuchaste? —dijo ella culminando el discurso.

—Si, ya está todo claro.

—Bueno, vamos a vestirte y a prepararte. ¡Rápido, rápido! —dijo ella apurando a las pobres sirvientas.

Caminamos hacia la habitación nuevamente y me ayudaron a colocarme el vestido elegido. Si era azul, era mejor, pero... no me podía quejar. Un corset iba por debajo y luego la ostentosa tela, claro, sin olvidar antes la armazón de metal para darle forma. Era de un color pastel con encaje blanco en pequeños detalles, ajustado hasta la cintura y luego caía amplio cubriendo completamente mis pies. Las mangas eran de media estación con encaje también al final de ellas.

La princesa Elisabeth ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora