Capítulo 12 "Deseos de cosas imposibles"

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—Ay papá, ya te dije que me estaba molestando, es insoportable —respondí quejándome.

Me hallaba explicándole a mi padre el hecho de haber huido de la vieja, digo tutora. Resulta que la mujer se había quejado y había acudido en su ayuda. Supuestamente demostré signos de "rebeldía" y eso era peligroso.

—No puedes huir así por que sí, Elisabeth—dijo él irritado rascando su cabeza—. Promete que no lo volverás a hacer.

Ese promete me hizo recordar.

—Prometo.

—Bien, hoy vendrá Erick a verte —añadió encogiéndose de hombros.

¿Hoy? ¿Justo hoy? Bueno en verdad ningún día era bueno para que él viniera. Teóricamente debía practicar con mi amigo y el hecho de que viniera... complicaba las cosas. La vida misma.

—No tengo ganas, papá —dije, haciendo puchero.

—Solo será un rato. —Él sonrió—. Además, la otra vez ví que se llevaban muy bien—. Padre levantó las cejas rápidamente recibiendo un pequeño golpe de mi parte.

—Yo sigo pensando lo mismo —negué con la cabeza—. Es por pura responsabilidad.

Él asintió:—¿Qué tenías que hacer hoy?

—Nada... cosas sin importancia.

Si claro, sin importancia.

Por la puerta apareció Mary Jane con un lindo vestido azul. Ella me observó, achinó un poco los ojos y eso hice yo también.

—¿Qué tanto me miras? —preguntó acercándose con la misma mirada.

—Digo lo mismo.

Seguramente ambas parecíamos un par de asiáticas y papá parecía mirar un partido de ping pong.

—¿Ahora no te puedo mirar?

—Me molesta que lo hagas.

—A mi también me molesta que lo hagas... otras cosas mas también y no te digo nada. —-Frunció el ceño molesta.

—¿Por qué no lo dices para todos? Papi es el mejor en solucionar problemas.

—Porque no quiero.

—Bien.

—Bien.

—¿Desean un tecito? —preguntó una de las sirvientas, ninguna de las dos apartó la mirada de la otra.

—No.

—No.

—Yo quiero. ¿Hay de manzanilla? —preguntó papá.

—¿Con azúcar, su majestad?

—Deja de mirarme —solté.

—Deja tu primero. —Mary Jane tenía los puños apretados.

—Dos por favor.

Príncipe irrumpió en la habitación y saltó sobre mí. Sonreí al verlo y lo tomé del collar.

—Ven, vamos.

Me fuí de la habitación. Simplemente no aguantaba a mi hermana en ciertos momentos. Asi que, como me dirigí a mi habitación, al entrar...

—¡¿Qué has hecho, Michifusina?! —pregunté a mi gata que se hallaba escondida abajo de la cama.

Había arañado todo el sillón de terciopelo y lo había destrozado. Príncipe se lanzó en su ataque.

—¡No! ¡Basta! —tomé al rebelde can del collar y lo saqué afuera—. ¡Y tú! —señalé a Michifusina—. A fuera también.

Ella se fue tranquilamente meneando su esponjada cola. Que dios me librara de esos dos. Ese sillón venía de no sé dónde y ahora estaba hecho un asco.

La princesa Elisabeth ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora