Capítulo 2 "Regaños y peleas reales"

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Cabalgar con el rostro de aquel muchacho era algo bastante extraño. Era prácticamente como correr por mi vida, pero con sus azules ojos rondando por mis pensamientos. Bony sacudía su melena, no aguantaba estar mojada. Exactamente, ninguna de las dos, pero a mi en ese momento mucho no me molestaba.

Cinco kilómetros que me parecieron interminables. Iban a matarme. El palacio, comenzó a divisarse a lo lejos, poco a poco.

Las puertas se abrieron y Bony, corrió rápidamente, dirigiéndose hacia la puerta de entrada. La señorita Florinda se hallaba con un paraguas, su cara demostraba poca felicidad. Al bajar de Bony, corrió hacia mí y dos sirvientas me cubrieron con sus paraguas. Bony fue llevada al establo por su propio entrenador.

—¿Qué estaba pensando, Elisabeth? ¿Cómo se va a escapar de esa manera? Su padre ya mandó a algunos guardias para que la buscaran —dijo la muy enojada Florinda.

Ella, mi hermana y mi padre eran los únicos que tenían el derecho de poder enojarse conmigo. Los demás, sólo debían aguantar sus sentimientos. El demostrarlos sería una falta de respeto.

Caminamos las tres hacia adentro y Príncipe saltó encima mio, tirándome al suelo.

—Príncipe, apártate de aquí, vamos —espetó Florinda enojada, aunque como siempre, él no le dio importancia y siguió lamiendo toda mi cara.

—Señorita, permítame darme un baño, estoy exhausta —reí ante el enorme peso del perro que tenía encima—. ¿Pueden prepararme la tina? Por favor —pedí a las muchachas que se hallaban observando toda la escena.

—Si, su alteza, con su permiso. —Ellas hicieron una leve inclinación y se dirigieron con paso firme hacia el baño que se hallaba en mi respectiva habitación.

—Elisabeth, ¿cuántas veces... —Ella fue interrumpida por los rápidos pasos de mi padre en el pasillo.

—¡Elisabeth! —gritó el al verme toda mojada y con el can acostado a mi lado—. ¿No te sucedió nada? ¿No te hicieron nada? —dijo él girandome para ver mis supuestas "Heridas".

—Bueno... —dudé. ¿Debía contarles la historia de mi asalto y rescate caballeroso? Hum, mejor no—. La verdad es que la pasé de maravilla —reí escongiéndome de hombros.

—¡Pero hija! La próxima vez que quieras salir... —Príncipe saltó encima de él y también lo tiró al suelo—. ¡Ay, por dios! ¡Este perro! —espetó enojado empujándolo y parándose de nuevo. Dos sirvientes acudieron en su ayuda—. No, no, estoy bien, Elisabeth. ¿Me estás escuchando?

Yo estaba riendo ante la caída, pero me detuve al ver su mirada.

—Sí, sí, ¿qué decías?

—Nada, Elisabeth, nada. —Él estaba exhausto de siempre la misma historia, estaba claro—. Ve a darte un baño.

Asentí y caminé siendo seguida de los enormes pasos de Príncipe. Él siempre estaba alegre.

Bueno, la verdad es que no había salido tan mal como lo pensaba, había veces que me castigaban por meses enteros, pero esta vez solo habían sido unos cuantos regaños. Obviamente, si les contaba ciertas partes de mi aventura, seguramente las medidas habrían sido diferentes. Ya me imaginaba a la señorita Florinda pegando pequeños grititos al momento de contar la parte de los cuchillos.

Caminamos juntos hacia mi habitación. Un hermoso aroma a limón se impregnó a mis fosas nasales. Todas las noches, colocaban esa fragancia a pedido mio. Prácticamente, relajaba todo mi cuerpo. Sin ella, no me hubiera sido posible conciliar el sueño.

—Su alteza. —Las dos jóvenes gemelas salieron repentinamente de mi baño logrando que me sobresaltara.

—¿Si? —sonreí.

La princesa Elisabeth ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora