—¡La inauguración! —Sus manos sacudieron mi hombro—. ¡Elisabeth! ¡Elisabeth!
—¿Qué pasa ahora? —Abrí mis ojos lentamente, mientras miraba el rostro de la señorita Florinda pegado a mi cara.
—¡Es la inauguración! —gritó histérica—-. Levántese.
—¿Cinco minutos más? —sonreí, intentando ser la persona más amable y buena del mundo.
—¡Ahora!
—Ya voy. —Bostecé—. Ya voy.
En el camino al baño, las sirvientas se esforzaron por apartar todos los objetos posibles pero aun así, tropecé con una almohada. Bueno, si me levantaban así era lógico que me llevaría todo por delante. Me introduje en la tina y el agua estaba helada.
—¡Está fría! —grité molesta.
—Usted no se levantaba. —Florinda hablo mientras tomaba los apuntes—. ¿Qué debe recordar? Repita por favor el discurso.
—Esto es una tortura —susurré mientras tiritaba—. Agua caliente —ordené a lo que ellas corrieron a conseguirla—. Ciudadanos de...
Luego de que repitiera cinco veces el discurso y ya mi cuerpo estuviera limpio, me coloqué una bata y salí en busca de mi nuevo vestido. Este era largo hasta el suelo, amarillo y debía decir que bastante lindo. Aunque tendría frió. El invierno se acercaba y con eso también mi cumpleaños. De hecho, era extraño que aun no hubieran nombrado nada de los preparativos.
—Elisabeth, recuerde que dentro de unos meses, su fiesta de cumpleaños número veinte se acerca. —Levantó la mirada de unos papeles—. ¿Ya sabe que vestido o que colores utilizara en ella?
No, la verdad es que no.
—Si, claro que sí. —Mentí—. Tengo todo pensado y claramente está en mi cabeza, sería... ¡Auch! —Por poco y me dejaban calva.
—Lo siento, su alteza. —Se disculpó la chica, encargada de mi peinado.
—Mas le vale tener todo pensado, porque no podemos permitirnos perder tiempo en pensar cosas así. —Florinda era la misma de siempre.
—Si, señorita.
Media hora más y ya estaba lista, podía salir a dar el dichoso discurso. Mi peinado era simple y eso me encantaba. Una trenza espiga, que despeiné un poco, con mi infaltable tiara, me daban un aspecto sencillo pero arreglado a la vez.
—Apresúrese.
La tutora corrió hacia vaya saber donde, dejándome sola con mi reflejo amarillo. Estaba tan pero tan nerviosa que mis manos sudaban y la panza me rugía. Odiaba hablar en público, no aguantaba que la gente me mirara.
—¡Elisabeth!
Ella apareció nuevamente en la puerta junto con Príncipe, este último tenía a Michifusina arriba de él. ¿Acaso creía que era un caballo? Eran tiernos.
—Ya voy —hablé mientras acariciaba a mis dos animalitos, ellos eran los únicos que podían divertirse.
Caminé atrás de la señorita Florinda que corría por delante esquivando a todo él o lo que se interpusiera en su camino. Ella volteaba de vez en cuando para ver si la estaba siguiendo, negaba con la cabeza y volvía a correr. Mary Jane y mi padre estaban parados en la puerta de manera tranquila, mientras nosotras llegábamos. La apurada mujer jadeó al llegar, y me dirigió una mirada para ver si había llegado. Serenamente sonreí y saludé a todos.
—Buenos días. —Extendí mi mano—. Debería dejar de correr tanto —hablé a la tutora que parecía tener un ataque de asma.
—Si no se retrasara esto no pasaría...
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La princesa Elisabeth ©
Ficción históricaElisabeth, está condenada a ocupar el trono y contraer matrimonio. No desea ser reina. No desea casarse. Las cosas empeoran cuando conoce al chico del pueblo. Un simple campesino. ... ¡Puesto número #5 en novela histórica! Booktrailer en YouTube: h...