¿Matrimonio?
Nunca había visto unos ojos tan bellos.
Vio sus profundos ojos negros, ojos que parecían pozos oscuros llenos de secretos, de verdades, ojos que guardaban sus recuerdos de sangre y espadas y de gemidos y besos. Los ojos que solo emitían luz cuando le decía te amo o cuando lo tomaba de la mano, los ojos que brillaban en la noche más oscura, los ojos que por un instante fueron antorchas que iluminaron su vida e indicaron el camino.
El camino a casa.
Y él lo estaba esperando. Su rostro, su bello rostro, era tal y como recelosamente había guardado en sus recuerdos: joven, varonil, con dejes de soberbia pero al mismo tiempo ocultando inútilmente dolor y miedo, era el rostro de un niño que fue obligado a madurar, el rostro de un hombre que podía morir mil veces por proteger a su hermano, el rostro del que le regalo un espacio de su corazón y que luego se fue llevándose sus motivos de vida. Era él, Madara había vuelto.
Un paso atropellado. Sintió que el corazón se escapaba de sus manos. Su rostro se le hacía borroso por las lágrimas que inundaron sus ojos como olas revoltosas. Allí estaba él, el señor de sus sueños inocentes y de sus fantasías más clandestinas, era él, después de dos años de frio y soledad, en los que busco calor en una almohada vieja. Nunca había caído en cuenta de lo solo y desamparado que se sentía.
Otro pasó. Las piernas le temblaron.
Otro paso y se dio cuenta que no podía caminar, el pecho le dolía y no podía respirar, se estaba muriendo. Se quedó inmóvil con sus rodillas tentando a flaquear. Fue entonces que vio al Uchiha acercarse, y fue como si el universo entero se le viniera encima. Como si el sol le cayera de lleno, quemándolo, derritiéndolo, arrollándolo, cegándolo bajo el brillo de sus ojos negros. Madara camino más rápido y antes de darse cuenta, en una fracción de segundo lo vio correr hacia él y toda la vida pareció un cuento de una niña de cinco años.
Fueron fracciones de segundo que lo vio correr hacia su cuerpo moribundo, lagrimas como gotas de estrellas bañaban sus mejillas palidas y de sus labios salía el susurro de su nombre. El abrió los brazos y lo recibió en su regazo, a donde siempre había pertenecido, donde siempre había tenido que haberse quedado.
Siento…siento calor. Fue lo que único que pudo pensar en ese momento, un reconfortante calor, ¿Acaso había vivido un invierno toda su vida?
Abrazo fuerte su cuerpo, su alma, estrujándola, uniéndola irreparablemente a su cuerpo. Era su cuerpo el que ocultaba esa gabardina negra, un cuerpo fuerte y suave, tibio y cándido. Hundió su rostro en sus mechones negros y lloro allí sintiendo aquel aroma que había tratado de encontrar en todas las rosas del bosque y que nunca encontró. No podía creer que era él.
El sol era gigantesco, poderoso pero descubrió al rato que el sol también era un niño pequeño que temblaba y sollozaba en su pecho. Sus manos se aferraban a su espalda y casi lo aruñaban como si buscara tallar su huella en ella. Escucho sus gimoteos y también atropelladas palabras que trataban de decir su nombre. Tan dulce, pensó sintiendo como las hebras se humedecían por su llanto.
-Madara-, logro susurrar a medias.
Tomo el pálido rostro entre sus manos y lo acuno en ellas con amor. Era precioso, tan bello como siempre. Las lágrimas bañaban sus mejillas pálidas, sus finas cejas estaba fruncidas y sus labios rosados temblaban. Era hermoso, enternecía su corazón verlo así, como un niño, un niño que lo necesitaba, reflejando su propio dolor en esas iris negras. Enjugo las gotas cristalinas que brillaban bajo la luz de la luna y sintió una sonrisa florecer en sus labios. Era la primera vez que sonreía en años.
-¿Dónde te habías metido?- Entonces, hizo lo que había soñado hacer tantas veces: lo beso.
Fue un beso tan diferente a los triste y rotos que le di aquella noche, tan diferentes a los vacíos y lejanos que le daba a Mito. Era un beso, un verdadero beso en el que podía sentirlo. Sentía en su boca cada latid de su corazón, cada golpe de sus nervios, cada flujo de sangre, cada respiro, su emoción, su pasión, su calor.
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Dulces Rivales.
RandomEran rivales, se supone que se deben odiarse a muerte, que los gritos solo debían de figurar en el campo de batalla, y no en la cama. Pero a veces, las cosas no son lo que todos creen, o al menos, no fue lo que Madara Uchiha creyó de su mortal enemi...