Un Hokague muy manipulador.
Itachi limpiaba tranquilamente las armas de su sensei, las cuales eran muchísimas y estaban bastantes gastadas y carentes de cariño. Sin embargo esa pesada tarea era más atractiva que quitar la nieve que obstaculizaba la puerta de entrada, su maestro bien podía entrar por la ventana.
Sentado en la sala pulía las armas. Una hoz, seis dagas, tres hachas, kunais, shurikens, abrojos y papeles bombas por montones, una cadena larga, dos shinais, un nunchaku, una saya y por supuesto su inseparable abanico de guerra. Pero lo que quizás era lo más impresionante eran las espadas de su sensei. Cuatro espadas: un sable con detalles de oro, una cimitarra de hermoso detalle, un ninjato en cuyo mango había una esmeralda, y la katana, esta rebosaba en pretensión, larga y afilada, casi media un metro y pesaba bastante, la hoja era de plata, el mango era de una tela negra brillante, con incrustaciones de oro y rubíes que asemejaban al Sharingan. Y la funda era casi indestructible.
Itachi limpiaba todas las armas con casi pasión. Saber que esas armas habían sido usadas en la vida real para proteger su Clan le otorgaban un aire de respeto inmaculado. Tan grande como el que tenía por su maestro.
Comenzó a limpiar la armadura de su sensei. Primero la restregó con un cepillo y con bastante jabón, luego la pulió con una sustancia aceitosa cuyo aroma era delicioso y le daba un acabado brilloso. Quedo reluciente, tanto que su cara se reflejaba en ella, el rojo resaltaba con belleza al igual como la insignia Uchiha.
-¡Vaya que me quedo bonit...¡Ahh!
Súbitamente Itachi sintió que alguien lo rodeaba en brazos y lo pegaba poderosamente a un regazo. Abrió los ojos y sintió el corazón a punto de salírsele al mismo tiempo que un estado de conmoción lo azoto, por un instante pensó que su padre por fin lo había encontrada y se lo llevaría a su casa a terminar lo que antes había comenzado. Su boca estuvo a punto de explotar en un gran grito de pánico cuando la voz agitada de alguien se le adelanto.
-¡Ita-chan!-Una voz aniñada y algo ronca. Su corazón se calmó inmediatamente, cambiando rápidamente su miedo por un enorme deje de felicidad y emoción. Sin pensarlos dos veces se volteo y le dio un gran abrazo.
-¡Shisui!-Grito sonriéndole ampliamente, el otro le devolvió la sonrisa.
Estaba igual como lo recordaba: risueño, cabello negro, corto y desordenado y con unos grandes ojos grises llenos de inmadurez. Era su primo y mejor amigo a pesar que Itachi era unos tres años menor que su compañero. El mayor revolvió divertido el largo cabello del otro Uchiha que yacía suelto, despeinándolo.
-¡Con que aquí te habías metido pequeño imbécil!-Le dijo aparentando molestia aunque su sonrisita inquieta lo delataba, había pasado casi cuatro meses sin verlo y realmente lo había añorado-¡¿Estabas escondiéndote con el badass del Clan, no?!
-¡D-Deja idiota! ¡Luche para peinarme hoy!
-¡Hm, no tendrás de que quejarte cuando te arranque esa cabezota tuya!-Itachi logro librarse pero el mayor le hizo una llave en el cuello con un brazo y lo pego en su cuerpo,-¡Te vas y ni llamas Ita-baka! ¡Me tienes olvidado!
El menor miro a su amigo el cual estaba completamente pegado a su cuerpo gracias a ese brazo que lo mantenía inmóvil sin lastimarlo. Si no tuviese tanta confianza con Shisui quizás tuviese miedo pero sabía que él nunca lo lastimaría, eran mejores amigos y es normal que estos se insulten, se golpeen, era una forma de decir confianza.
-Tenía cosas que hacer-, dijo luchando por zafarse pero era imposible. Su amigo era apenas unos centímetros más alto y casi de su misma contextura pero era irritante como el demonio.
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Dulces Rivales.
DiversosEran rivales, se supone que se deben odiarse a muerte, que los gritos solo debían de figurar en el campo de batalla, y no en la cama. Pero a veces, las cosas no son lo que todos creen, o al menos, no fue lo que Madara Uchiha creyó de su mortal enemi...