Amado.
Hay un momento en medio del terror en que parece que todos los sonidos a tu alrededor desapahhrecen y solamente puedes oír es tu corazón latiendo desorbitadamente en tu pecho, tu respiración pesada. Un frio te recorre el cuerpo, seguido de una fina capa de sudor y realmente no sabes cómo actuar, que decir, que hacer. Solamente en tu mente aparece una sola palabra, muy corta y fácil de procesar: HUYE.
Eso fue lo que hizo Itachi, de un poderoso manotón producto de la adrenalina se soltó del poderoso agarre que su padre que lo alzaba por la muñeca y corrió despavorido. No supo que vino primero: el grito o las lágrimas que fluyeron de su rostro. Lo que si supo fue que a lo lejos su progenitor le gritaba y maldecía estrepitosamente. Escucho sus pasos, lo seguía. Grito más duro.
Tuvo tres traspiés, uno lo lanzo al suelo y por pocos centímetros su padre pudo haberlo capturado, dio gracias a su juventud que pudiese moverse tan rápido. Corrió aún más duro, chocando con los cientos habitantes que cada vez iban poblando más y más Konoha. Se metió por varias calles, incluso se coló dentro de restaurantes y tiendas de ropa con el fin de perderlo, y al cabo de casi diez minutos de una abrumadora persecución logro escapar.
Sin embargo su tranquilidad no estaba ni cerca de llegar. Sabía que su padre rondaba esa zona, sabía muy bien que en cualquier momento podría encontrarlo y arrastrarlo de nuevo hasta la casa, hasta la cama donde trato de violarlo, y quizás esta vez, pudiese lograrlo. Esa imagen lo aterrorizo, se imaginó, o mejor dicho recreo aquella escena, él temblando, desnudo, gritando por ayuda y llorando, su padre disfrutando, saboreando su virginal cuerpo.
Ya no era el dulce chico que minutos antes se había estado burlando de Madara, ahora era un muchacho que no paraba de temblar, que sudaba e hiperventilaba, los ojos aun lloraban. Miraba desesperado todos los lados, esperando encontrar la mano callosa de su padre. No, no podía permitir que lo encontrara, no podía permitirle que lo tocara de nuevo.
Tenía que encontrar a su maestro y salir de allí.
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-¡Pero joven Madara-san! ¡Está casi lista, no nos puede hacer esto!-Rogaba un hombre moreno y joven lleno de tierra. Su rostro casi lloraba de desconcierto.
-¡Me vale verga! ¡Quiero que la entrada sea una pared de cemento y roja! ¡Roja!-tenaz e imponente Madara mandaba en jefe, casi pisoteando a los pobres obreros con una voz imperiosa y que ocultaba cierto deje de infantilidad.
-¡Usted solo quiere cambiarlo porque así lo quiso Tobirama-sama!-Objeto un tanto furico el mayor de ellos, cuyas manos estaba llenas de grasa y astillas.
-¿Qué yo que? ¿Esta insinuando que quiero cambiar toda la entrada solo por mis pleitos personales con ese Senju?-Le recrimino el Uchiha fingiendo una profunda indignación.
-Sí.
-¡Ja, por supuesto que no!
-¿Y porque lo hace entonces?
-Pues debido a...No, es decir...no es que... "Quiero joder un poquito a Tobirama, quiero tratar de meterle por el culo a todo mi pie Uchiha de una sola patada". Ejem, ejem. El punto es, que una simple e inútil reja de metal, azul, no sirve para alejar a los imbéciles curiosos del campo de entrenamiento. Por lo cual es correcto erguir una alta y robusta tapia, de diez metros de largo-, los trabajadores casi lloraron con aquello-, y de dos de ancho. Como mínimo. Y debe ser roja, el rojo es un color muy importante...hm, azul, quien le pone azul a una reja...azul...
-Por favor Madara-san, ya está listo prácticamente, llevamos dos meses en esto. Nos tomó semanas conseguir el metal para la reja, y otras para pintarla. Una reja es lo mismo que una pared.
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Dulces Rivales.
RandomEran rivales, se supone que se deben odiarse a muerte, que los gritos solo debían de figurar en el campo de batalla, y no en la cama. Pero a veces, las cosas no son lo que todos creen, o al menos, no fue lo que Madara Uchiha creyó de su mortal enemi...