El día en que la dejé partir

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Cusack se había quedado estático al lado de Mael, quien miró con curiosidad la expresión en su rostro y su inusual comportamiento. El arcángel no entendía nada, pues no tenía ni idea de que su acompañante estuviera escuchando una voz en su cabeza: la voz de Zeldris, quien se sentía enormemente decepcionado de su maestro.

—¿Estás bien? —fue el albino quien rompió el silencio entre ambos.

—No es nada —mintió y se levantó de la cama —Vámonos de aquí, es peligroso quedarse por más tiempo en este lugar.

—Es peligroso a dónde quiera que vaya —corrigió con amargura.

—Cierra la boca —murmuró evidentemente molesto y pronto se fue directo a la cocina por Caeli.

—Debemos irnos —le dijo a la chica quien comía desesperadamente un trozo de carne asado que probablemente Cusack había cocinado horas antes.

Ella asintió y tan pronto se levantó de la silla, tropezó.

—Lo siento, he estado algo torpe el día de hoy —se disculpó, pero Cusack sólo suspiró un tanto preocupado.

—Quizá estés nerviosa —le dijo para normalizar la situación, mientras la ayudaba a levantarse.

En ese momento sus miradas se conectaron casi enseguida y ella sintió un sinfín de mariposas en el estómago y un extraño movimiento en su interior. Caeli creyó que aquella extraña sensación se debía a que tenía tan cerca a Cusack y bueno en parte lo era...

Mael vio aquella escena conmovedora y la manera tan melosa en que ellos se miraban. Era hermoso, pero a la vez doloroso. Lo había experimentado antes y tenía miedo de que volvieran a romperle el corazón. Pero lo que el albino no comprendía era que Cusack había utilizado a su conveniencia aquel momento (que pudo haber sido romántico) para controlar a Caeli usando Resonant en ella.

Mael no resistió aquello y salió de la habitación enseguida. Detestaba la idea de verlos así por un momento más. El arcángel pudo haber interferido con lo que Cusack le hacía a la chica, pero sus celos sólo lo cegaron y la dejó a merced de su rival.

Cuando Mael pudo salir de la habitación de Cusack, atravesó casi de inmediato el pasillo que lo llevaba directamente al jardín, lugar que siempre se encontraba concurrido, pero que por alguna razón ahora se encontraba vacío. Pero la soledad de ese sitio no bastó para que alguien saliera en escena en cuanto percibió el fuerte poder mágico que él emanaba.

—Vaya, pero si estoy de suerte —dijo alguien delante del distraído arcángel.

Mael fijó su vista hacia enfrente y su piel se erizó cuando vio la figura de aquel demonio que lo había capturado.

—No sé cómo saliste ileso de allí abajo o por qué carajos luces tan impecable, pero no importa porque pronto estarás hecho mierda de nuevo —expresó Estarossa de brazos cruzados mirando a detalle al albino.

—El parecido es casi perfecto —dijo una voz femenina detrás de Estarossa, interrumpiendo el momento.

—Mela... Qué descaro de tu parte el compararme con este bastardo —murmuró enfadado, señalando a Mael.

—Lo siento, Esta —le dio un beso en la mejilla y luego flotó hasta quedar frente al otro albino, quien la miró con cautela.

—Llévate a esa molesta chica de cabello borgoña lo más lejos que puedas. Estaré infinitamente agradecida si haces eso —le susurró y Mael sonrió al escuchar tales palabras.

—No estorbes, Mela. Esto es un asunto entre hombres —vociferó el mandamiento del amor algo impaciente.

—Lo siento mucho, cariño —fingió pena y pronto desapareció, no sin antes despedirse de Mael al agitar su mano intempestivamente.

Save me MaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora