Asumiendo roles (final)

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Cuando Cusack llegó a Luz de Gracia para conocer a su pequeña hija, Caeli y Mael ya lo estaban esperando afuera de la gran torre muy emocionados.

—Chandler no quiso acompañarme —dijo avergonzado en vez de saludarlos.

—Debió estar ocupado —le dijo Caeli, quien miró de reojo a Mael para ver la expresión en su rostro, el cual lucía sereno, aparentemente parecía molesto, pero en realidad era todo lo contrario, pues mirar a aquel pelirosa después de un tiempo lo hacía sentirse extrañamente feliz.

—Quizás —dijo algo nervioso, mirando al arcángel, cuya aura parecía asustarle de algún modo.

Caeli sonrió y le entregó la bebé al demonio de cabello rosado, a quien se le asomaron unas lágrimas de emoción al ver el rostro de su hija.

—Ella es tan hermosa, sus mejillas están rojitas y su escaso cabello es como… —Cusack estaba maravillado al ver los rasgos de su hija, que no se dio cuenta de que estaba hiriendo a Mael con cada descripción que daba. El arcángel se sentía feliz por él, pero el solo verlo cargando a la bebé le causaba dolor, no sólo le recordaba el día en que éste lo había hecho suyo, sino también el hecho de que Cusack se había acostado con ambos. ¿Cómo había sido capaz de hacerlo con él y con Caeli? Sólo el Segador Dormilón tenía la respuesta a ello.

En lo alto de la torre de Luz de Gracia, Ludociel miraba desde el balcón aquel encuentro con repugnancia.

—¿Cómo puede estar tranquilo frente a ese demonio insolente? —murmuró para sí mientras apretaba ambas manos con fuerza, la suficiente para que sus guanteletes de metal se abollaran —A veces eres un caso perdido, hermano. Veamos qué resulta de todo esto, no quiero ni imaginarme cuán repulsiva será esa relación de padrastro que acabas de asumir, Mael.

El arcángel de cabellos negros se retiró del lugar tan pronto lo consideró necesario, mientras esto pasaba en el bosque del Rey hada, en otro lugar había un par discutiendo acaloradamente.

—¿Otra vez está llorando esa mocosa ruidosa? —exclamó un albino enfadado que trataba de tomar la siesta.

—Lo lamento, pero es muy difícil todo esto sin tu ayuda —le dijo Meláscula de manera cálida, tratando de no ofenderlo.

El mandamiento chasqueó la lengua y envolvió el cuerpo de la pelirosa con su oscuridad.

—¿Quieres que te recuerde de quién es la culpa de todo esto? —la oscuridad del platinado comenzó a apretar el cuerpo de la chica y a estrangularla lentamente.

—Perdón, yo no… —apenas pudo decirle y él la silenció introduciendo un tentáculo de oscuridad en su boca.

—Vuelve a responderme y profanaré tu cuerpo hasta saciarme —le advirtió, dejándola caer de golpe al suelo.

Meláscula tocó su cuello y tosió un poco mientras miraba a Estarossa ir hacia la cuna de Kandra.

Sus ojos se llenaron de lágrimas tan pronto miró aquella escena frente a sus ojos. No podía creerlo, ni siquiera podía asimilarlo, pero en realidad estaba sucediendo. Estarossa estaba sosteniendo a su pequeña entre sus fornidos brazos, mientras le daba su biberón y mecía su cuerpo lentamente para que se tranquilizara.

—Tómate el día libre —le dijo a la chica serpiente repentinamente —Estoy seguro de que deseas distraerte un poco, quizás tus amigos se alegrarán al verte desocupada.

—S-sí… —tartamudeó sin poder creer que él le dijera aquello y se levantó del suelo sorprendida por las cosas extraordinarias que estaban sucediendo en ese momento —Gracias, cariño —le dijo, dándole un beso en la mejilla antes de salir flotando con alegría por la puerta.

Save me MaelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora