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Paula.

Siempre había creído que cada persona que llegaba a tu vida lo hacía con una misión, te dejaba una enseñanza para bien o para mal y aunque algunas de ellas vinieran envueltas en dolor o tristeza, no dejaban de ser caminos necesarios para aprender a vivir.

Era por esa razón, que cada que fijaba mis ojos en la pequeña durmiendo a mi lado, no podía sino sentirme feliz y agradecida. Ella era la mejor manera que tuvo la vida de ayudarme a seguir, de enseñarme que aún cuando el camino esté lleno de penumbras e incertidumbres, siempre habrá una luz.

Pasé mis manos por las ondas que caían por su espalda, plantando un beso en su cabeza recostada en el oso de peluche que no quería soltar últimamente. Sus ojos azules cerrados y sumidos en el sueño eran mi razón de despertar cada mañana.

— Despierta, cariño. —la removí un poco como siempre hacía y oculté la sonrisa cuando la vi parpadear cubriéndose con la sabana de animales que tanto amaba. —Tienes que ir a la escuela. —se quejó un poco, pero no se levantó. Era la misma rutina cada mañana por lo que luego de muchas llegadas tardes al jardín donde estaba cumpliendo las primeras etapas de su escuela, decidí comenzar a despertarla treinta minutos antes de que debiera darse un baño para luego salir. Ahora era de las primeras en llegar y lo odiaba.

— No quiero ir. —esta vez si que reí. Su voz soñolienta era demasiado graciosa por las mañanas. —¿Puedo quedarme?

— Amelia, cariño, debes ir. —besé su frente, incorporándome en pijama. —Me daré un baño, luego de quiero de pie lista para el tuyo. —no me preocupaba terminar completamente empapada mientras la ayudaba, era una niña algo autosuficiente y apenas si me dejaba supervisarla un poco mientras lo hacía. Terminaba con mucho jabón en su espalda sin limpiar, pero era un comienzo.

— ¡No! —la ignoré y me encaminé a la ducha, sería una completa contienda ponerla en pie el día de hoy. Sabía que no debí permitir que durmiera pasadas las diez anoche, siempre era difícil decirle que no cuando de sus dibujos animados favoritos se trataba. Tenía esta forma de envolverme alrededor de su dedo meñique y no que pusiera mucha resistencia cuando de ella se trataba.

Salí del baño diez minutos después con tan solo una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo para encontrarla sentada en la cama tamaño King con el cabello negro enmarañado luciendo enojada, no había rastro de su habitual sonrisa en su rostro. —Te amo. —frunció el ceño y poco a poco se bajó de la cama, caminando hacia mí y aferrándose a mis piernas mientras volvía a cerrar sus ojos azules. —Si me prometes que te divertirás hoy, yo prometo que cuando pase por ti iremos a comprar magdalenas de esas que tanto amas. —se alejó, observándome recelosa, pero la sonrisa fue apareciendo. La tenía, lo sabía.

— ¿De chocolate? —hice una mueca, pero luego asentí. La mudanza había sido difícil para ella. Una semana en el edificio y no había podido conseguir que bajáramos a la zona de niños para que corriera un rato como hacía en nuestro antiguo lugar. Estuvo tan impresionada como yo cuando vimos los lujos que rodeaban el departamento, mi jefa y mejor amiga, Fallon, solo pudo reír ante nuestro estado y esperar a que saliéramos del aturdimiento por su casa. —Está bien. —inclinó la cabeza hacia atrás y no podía dejar de ver lo mucho que había crecido. Cuando menos lo esperara ya tendría jovencitos tocando a mi puerta en su busca.

— Fallon vendrá a despedirse en unas horas, recuerda que no la verás en un tiempo. —no pude evitar no sentir la punzada en mi pecho. La extrañaría. Fue ella la que me ayudó a poner en pie en primer lugar, me dio un trabajo como secretaria mientras conseguía mi título y colocó una guardería en el buffet en el que era socia solo para que Amelia pudiera estar cerca de mí. Y ella amaba a su madrina.

SUDDEN DEATH (Kings Of The Game #6) SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora