IV

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Paula.

Contesté la llamada de la profesora de Amelia, completamente asustada porque ellos nunca llamaban a menos a que se tratara de una emergencia. —Señorita Daisy.

— Señora Roberts, ¿cómo está?

— Bien. —sonaba relajada, pero eso no me relajó en lo absoluto. —¿Sucede algo?

— Oh claro, no se preocupe. —la escuché reír. —Hoy los niños están trabajando en su nuevo proyecto por el día de las madres que se acerca. Le daremos una merienda, pero estamos llamando a los padres para saber si es posible que vengan por ellos dos horas después del horario de salida habitual. —miré mi reloj, notando que aun faltaban tres horas más para ello. Mis labores en la escuela habían llegado a su fin hace poco más de una hora y de no ser porque iba a pasar por Amelia, no me habría quedado revisando algunos exámenes.

— Claro, no hay problema. —sonreí. Ella debía estar en el séptimo cielo. Odiaba despertarse en las mañanas, pero ciertamente, era de esas que no quería regresar a casa de la escuela. Algo irónico. —Estaré allí.

— Nos vemos, señora Roberts. —colgué cuando me despedí la mujer. Tenía dos horas libres así que o me quedaba aquí adelantando trabajo o iba al supermercado a comprar algunas cosas que nos faltaban en la casa. El helado favorito de Amelia se había terminado y vaya que lo necesitaba, era mi soborno cuando no quería hacer las tareas. Ella me manipulaba con sus ojitos, pero no podía resistirse a por lo menos una cucharada de ese tarro que siempre estaba guardado en el refrigerador.

Además, tenía un cumpleaños acercándose. Una de las niñas de su escuela cumplía tres en una semana, así que necesitaba comprar el regalo antes de que ella decidiera que le llevaría uno de sus vestidos. La última vez, en broma le dije que no había comprado ningún presente y ella en vez de enojarse o colocarse a llorar, tomó uno de sus vestidos y lo envolvió en una de las bolsas de regalo que guardábamos bajo la cama.

Fue algo lindo, pero era un niño de quien hablábamos. Tardó mucho en comprender que no podía llevárselo y luego estuvo a nada de pedirme las tijeras para cortar algunos de sus pantalones.

Salí de la primaria donde daba clases agradecida de que el próximo año ya pudiese inscribir a Amelia aquí. La tendría cerca y sería más fácil para ambas.

Las dos horas se me pasaron en un borrón y al final terminé con el auto lleno de compras y un regalo perfectamente escondido para la pequeña compañera de mi hija. Ella insistiría en verlo, pero era una de esas bolsas que si abrías ya no servía más, así que ni siquiera le diría que lo había comprado.

Me bajé del auto cuando llegué a la escuela en tiempo récord. Los niños corrían de un lado al otro lanzándose a los brazos de sus padres, pero no veía por ningún lado la melena negra de mi hija. Al final, tuve que entrar para encontrarla en su salón en una esquina demasiado concentrada en su obra de arte como para determinar que me encontraba cerca.

— ¿Le falta mucho? —Daisy me sonrió, poniéndose en pie cuando llegué a su lado. Manejábamos las formalidades cuando de la escuela se refería, pero éramos buenas amigas. Antes de comenzar a trabajar aquí, estuvo conmigo en la universidad y nos topamos en la escuela donde ahora yo laboraba. Ella prefirió niños más pequeños así que no se quedó. No podía imaginar alguien mejor para estar con Amelia que ella, tenía un don para los niños.

— Le dije que mañana terminaríamos, pero no me escuchó. Dijo que ella terminaría hoy y que mañana le daría de comer a las palomas de la fuente mientras los demás terminaban lo suyo. —asentí, en comprensión. Esas eran palabras de mi hija. Al paso que iba terminaría estudiando veterinaria o trabajando en un zoológico. Amaba los animales. —¿Cómo te va, cielo?

SUDDEN DEATH (Kings Of The Game #6) SIN EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora