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—¡Panteras! ¡Panteras!

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—¡Panteras! ¡Panteras!

Los gritos a mi alrededor me aturden, hago mueca, y sacudo mi oído. Esta demás decir que todos están emocionados por el juego de esta noche. Las luces blanca de la cancha resplandecen en la semi-oscuridad de un cielo que aún conserva un poco de naranja oscuro del atardecer.

Los deportes nunca han sido lo mío, siempre fui la niña que se quedaba después de clases en el salón de arte o leyendo un libro sobre técnicas de pintura en mi tiempo libre entre clases en la escuela. Y luego de que mamá enfermara, mi enfoque solo fue ese: su enfermedad y luego la mía.

Así que nunca me han llamado la atención los deportes, me atrevo a decir que no entiendo algunos de ellos como el del juego de esta noche: Rugby.

Agradezco la existencia de Google y su capacidad de explicarte cosas en muy poco tiempo: Dos equipos, un balón y para ganar se tiene que llevar el balón hasta detrás de la línea que supone el final del campo, o hacer pasar esta pelota entre dos postes y un travesaño que se ubican en la misma línea... Simple.

Gracias Google.

A mi derecha, Valeria se mete dos dedos en la boca y chifla tan fuerte que cubro mi oído, ¿Dónde aprendió a chiflar así?

A mi izquierda, Gastón está muy ocupado hablando con una chica que está a su otro lado, envidio su confianza y su capacidad de hablar con cualquier persona con tanta tranquilidad.

No puedo negar lo extraña que me siento en este lugar. Es la primera vez que estoy en un lugar con tantas personas, es la primera vez que vengo a un juego de rugby. Ni siquiera sé porque vine, tal vez quería aventurarme fuera de mi zona segura, los lugares llenos de gente son algo que he evitado por tanto tiempo por mis miedos.

Sin embargo, aquí en las gradas, en medio de docenas de adolescentes y algunos padres que gritan, chiflan y hablan, me siento incomoda.

Las porristas sales y entusiasman al público con sus pompones en el aire y su apretado uniforme negro con líneas azules oscuro. Sonrío, ellas se ven tan alegres, tan bonitas con sus cabellos recogidos en una trenza y un ligero maquillaje.

Oigo a Valeria suspirar y la miro, sus ojos están llenos de tristeza y anhelo hasta que salen de la cancha la cual se calma y por fin mis oídos descansan. Nos sentamos y me giro hacia ella.

—¿Estás bien?

Ella asiente, apretando sus labios ligeramente.

—Siempre quise ser porrista.

—Oh, ¿Y por qué estás aquí y no allá entonces?

—Ellas no están listas para aceptar mi tipo de belleza, —Valeria me mira y me sonríe—. ser delgada aún es un requisito para entrar.

—¿Quién lo dice?

—Nadie lo dice pero cuando intenté entrar, me dieron cualquier excusa, que no era muy flexible, que no veían mi motivación —ella sopla, poniendo un mechón de su cabello detrás de su oreja—. por lo menos, no me dijeron que no me aceptaban por gorda directamente.

Oye, sigue mi voz©《Laliter》✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora