Las Mentiras Que Callas

capitulo 20

Confía en mi

Will

-¿Ustedes sabían de esto? - pregunté molesto señalando todas las hojas tiradas en el suelo. Observando el mensaje en la pared ¿Qué carajos significaba eso? ¿Quién sería lo suficientemente malvado para aquello?

-¿Tú nos ves con cara de que ya estábamos enterados? - me gritó Chad, mirándome como alguien que estaba perdiendo la razón. No me gustó el tonito con el que me respondió.

-¡Oh por Dios! Mira todo lo que le hicieron Jenna - señaló un párrafo de la hoja que sostenía la chica llamada Mel con una expresión de terror.

-¿Tú lo sabías? - me preguntó el cobrizo frunciendo el ceño, era gracioso ver como hinchaba el pecho tratando de intimidarme aunque claramente yo era más alto que él.

-No lo sabía - respondí seco.

Me preguntaba porque no corría a buscarla, abrazarla y decirle que a pesar de esto todavía sentía algo por ella, consolarla y ayudarla en lo que necesitara.

Si quería silencio yo le tomaría la mano, si quería gritar lo haría con ella, si lloraba no me importaría prestar mi hombro y cualquier cosa que me pidiera lo haría. Pero la manera en que nos miró, en que me miró, avergonzada, asustada y parecía que se desarmara ahí mismo. Al principio me dio lástima, ese sentimiento que todos sentimos cuando vemos la miseria del otro, luego me embargó la melancolía, una sensación que no había sentido desde hace mucho que dio paso a una furia incontenible.

A pesar de todo sí sé porque no la detuve, lo hice porque Alaska nunca ha sido una princesa en apuro, ella me ha demostrado que es mucho más fuerte de lo que pensaba y justo ahora mismo la admiro, quiero conocerla por completo y ser su aliado. No quiero enterarme de sus secretos por terceros, quiero que ella misma me los cuente y confíe en mí. Sentía cada músculo de mi cuerpo tenso, necesitaba descargar toda mi rabia y aquí en medio del pasillo escuchando las exclamaciones de sus amigos que lo que deberían hacer es buscarla no estar hurgando en la vida de su amiga. Ni siquiera había soportado leer más allá del primer párrafo. No era correcto.

Les di la espalda y sin esperar más caminé hacia las gradas, se suponía que debería estar en clases pero mi cabeza no estaba para ecuaciones ni historia de ningún tipo; pasaban chicos por mi lado saludándome pero yo solo asentía distraído. Luego de algunos minutos vislumbre las gradas y el gran campo donde los atletas practicaban sus pases y las animadoras movían sus pompones. Estaban sentados varios estudiantes me imagino jubilados de las clases, pasé por el lado de las chicas que me desvestían con la mirada. Estaba acostumbrado a ese tipo de atención si se puede ver así y no podía decir que me molestaba, justo por eso Alaska me confundió, cuando la vi en medio de la fiesta bailando con ese vestido que te hacen imaginar cosas para nada decentes y moviéndose como una maravillosa diosa me acerqué a ella dejándome llevar, yo pensé que terminaría con ella a mi lado el siguiente día envuelta en sábanas pero no, ella solo me miró con sus extraños ojos grises y se marchó. Miró hacia atrás como si se hubiera arrepentido y yo solo le sonreí. Pero no flaqueó se fue despavorida como un gatito.

Me dejó plantado ahí, sorprendido por su rechazo y aun mas me impresioné cuando vi a la pequeña diosa con cara de arrepentimiento luego de atropellarme al día siguiente en la escuela. Opté por el papel de niño malcriado para captar su atención, sin embargo Alaska era bastante firme y como nosotros los humanos deseamos lo que no podemos tener, insistí. Me costó una buena pasta hacer que el dichoso profesor nos colocará juntos en el trabajo final.

Me gusta estar con la pecosa, me gusta como arruga la nariz cuando no entiende algo, me encanta que no admita que yo si le gusto a pesar que ella responde cuando me ve y me fascinan sus ojos grises. No había entendido porqué las personas enamoradas se miraban a cada rato, como hablan de lo hermoso del color de los ojos de su pareja o la mirada que se les forma al reencontrarse.