𝐕𝐎𝐋𝐕𝐄𝐑𝐓𝐄 𝐀 𝐕𝐄𝐑 ⊹₊̇ ── 𝑖𝑔𝑢𝑟𝑜 𝑜𝑏𝑎𝑛𝑎𝑖

𝟭𝟰. 𝗩𝗼𝗹𝘃𝗲𝗿𝘁𝗲 𝗔 𝗩𝗲𝗿 (𝗙𝗶𝗻𝗮𝗹).

Kiyomi

Su rostro agitado mostraba un claro enfado, combinado con alivio por haberme encontrado, sus manos estaban sosteniéndose de la reja mientras tomaba grandes bocanadas de aire; miraba de una forma horrible al inocente castaño que ni siquiera le prestaba atención, yo simplemente trataba de huir de su mirada, pero su presencia era imponente ante nosotros. No podía retrasar más el momento.

—Oye... —lo llamé y al fin me miró después de haber estado concentrado en un punto fijo en la nada.

—Mafuyu Satō —respondió en voz baja.

—Bien, Satō-san, tengo que irme. Él chico de ahí es de quién te hablé —asintió en un solo movimiento. Quité la chaqueta de su compañero de banda de mis hombros y se la extendí—. Tu amigo me la prestó, espero que se la puedas devolver por mí, por favor —parpadeo un par de veces y luego tomó la prenda de mis manos.

—No es mi amigo —lo miré y sus pequeños ojos brillaron, su nariz y mejillas se tiñeron de rojo y comprendí a lo que se refería—. Es un secreto, por favor, no lo divulgues.

—No lo haré, descuida —fue mi turno para palmear su cabeza, moviendo sus cabellos—. Dile que Kiyomi le da las gracias por cuidar de ella y que trataré de buscarlos para escuchar su música más seguido —le sonreí y comencé a caminar lejos del chico, sin mirar al azabache que parecía estar a punto de explotar.

Quité el seguro de la puerta y atravese ella con calma, sin darle más peso a la fuerte mirada que el azabache de daba. Caminé un par de metros, alejándome del lugar lo suficiente, no sabía si Mafuyu había regresado adentro pero igual no quería que escuchará nada de lo que tenía por decirle a Obanai.

Era hora de la verdad.

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Obanai.

Me odiaba. Me odiaba tanto en ese momento.

Su rostro estaba hinchado, rojo, sus ojos sólo reflejaban tristeza. El chico a su lado la miraba con atención, sin acercarse, ni pasar una barrera que la misma Kiyomi había puesto, seguramente, pero acariciaba su cabeza con amabilidad.

Desvío su mirada de la mía, ocultándose tras el largo de su cabello que se había juntado en su cara. Dejó caer la chaqueta que colgaba de sus hombros y se la entregó al muchacho después de cruzar unas palabras con él, luego avanzó rumbo a la salida de aquella reja, ni siquiera me miró.

Caminaba delante mío, con la vista pegada al suelo, parecía saber por dónde moverse y confíe en seguirle los pasos y a dónde se estaban dirigiendo.