La gimnasta de las condenas

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Bella, simpática y perfeccionista, eran las características más resaltantes de una chica que practicaba gimnasia rítmica, cuando era niña la comparaban con un ángel de temple armonioso que con cuyo fulgor se robaba la atención y amor de los demás, volaba con aquellos formidables saltos y parecía un tornado efectuando sus giros, sus pies tan suaves como la piel de una mariposa y la fuerza de un animal desbocado, sus manos tan frágiles como una copa de cristal y tan resistentes como el metal, su espalda tan flexible como una banda elástica, aquella belleza sobrehumana se parecía a la de una diosa que vivía en los más altos astros y sus ojos proyectaban paz e inocencia.
En todas las presentaciones destacaba desmesuradamente, daba vueltas a las mazas tan similar como lo hacen las hélices de un molino que con el viento toman dinamismo, con el aro ejecutaba grandes acrobacias y recogidas, rebotaba el frágil balón de plástico para completar sus rodamientos de un extremo a otro que recorrían su cuerpo y simulaba preciosas figuras con la extensa cinta de color.
Sus amigas tropezándose corrían para felicitarla por el espectáculo que había ofrecido sin fallos ni imprecisiones ya que bailaba con el corazón rebosado de amor por lo que se dedicaba, solo pensaba en flores de primavera y pasar momentos con los que amaba. Los fines de semana, las madres de sus amigas planeaban salidas a diversos lugares muy divertidos; heladerías, parques, centro comerciales y de más para distraerlas un poco de su exigente disciplina, en todas esas reuniones las risas se apoderaban del lugar y las preocupaciones simplemente no existían en su mente. Aquella niña estaba rodeada de todos los deseos que una chica de su edad podría anhelar.
Paso el tiempo y todo lo que conocían de aquella joven casi había desaparecido por completo, la adolescencia había llegado a su vida fulminantemente, sus ojos brillaban con una llama de codicia por solo triunfar, ya no hablaba mucho con sus amistades, solo le interesaban las clases particulares que le garantizaran el éxito en sus participaciones, salía con gran sonrisa que lograba engañar a los demás haciéndoles pensar al público que solo le importaba bailar y expresarse con sus movimientos, todos creían que era feliz con lo que hacía. Cuando finalizaba los ensayos, se marchaba rápidamente para asistir a sus lecciones privadas que tanto la esperaban. En la noche, mientras todos dormían, ella practicaba arduamente, sus pies se encontraban heridos con fragmentos de cristal ya que se castigaba a si misma por no consumar sus objetivos, sus manos tenían un sinnúmero de moretones, sus huesos le dolían como si clavos penetraran en su grácil cuerpo de bailarina, aquellos ojos estaban cansados de despedir lágrimas de sangre y sacrificio, su boca rechazaba todo alimento que su estómago ansiaba.
Aquella hermosura celestial de adolescente se levantaba antes que el sol para ocultar su deterioro con la funcional falsedad que solo el maquillaje puede ofrecer, su rostro jamás le faltaba alegría aunque ya no la sintiera en su tétrico corazón, con bolso en mano estaba preparada para acabar con las competencias de forma justa. Sus días eran monótonos como los del cálido desierto, en su cuello estaban colgadas medallas de oro que sobreabundaban en su pecho y que desde lejos daba la impresión de ver al sol directamente a los ojos.
Ahora se acabó su tiempo de brillar para posteriormente ser reemplazada por otra más joven y con mayor resplandor, el tiempo pasa igual para todos nosotros y en la actualidad se encuentra encerrada en su habitación con exuberantes vendas que le sirven como un recuerdo de martirio por su empeño en querer ser mejor que los demás, se la pasa todas las noches llorando desconsoladamente porque aunque su sueño se había cumplido aún sentía un vacío en su alma.
Un día, con dolor en sus pies camino hasta su pedestal lleno de premios y reconocimientos para reflexionar, solo tardo unos segundos para comprender que aquellas medallas no solo eran condecoraciones, sino también la condena por dejar de lado el amor de la familia y de sus amistades, desesperadamente, agarro todos sus honores, levanto su mirada y le rogo al plenilunio que le quitara todo el oro que poseía a cambio del tiempo que había malgastado, la luna llena con lágrimas de compasión y profunda tristeza le dijo que eso no era posible y le dio como consejo que buscara a sus parientes más cercanos para que pasara junto a ellos lo que le restaba de vida, pero eso era inalcanzable, todas las personas que adoraba se habían marchado, ya solo tenía como compañeras a las medallas que la sentenciaron.

El silencio de un corazón frustradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora