el último latir de un corazon taciturno

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El cielo estaba muy oscuro y caía algunas gotas de agua cuando Letizia jugaba en el jardín de su casa, tenía entre sus manos un pequeño frasco en el que contenía un líquido especial para hacer burbujas , remoja levemente la varita cuya superficie superior poseía un orificio y de la cual saldrían sus creaciones en un soplido, cuando veía los globos de aire de colores volar por el ambiente le resultaba imposible no pensar en la libertad de ser feliz, por supuesto, era una respuesta más abstracta de lo normal sobre todo cuando se plantea en una niña de 8 años que es víctima de las indecisiones de sus padres en pleno declive de un matrimonio aparentemente perfecto.

Una de las pompas de jabón pasa por encima de la cerca similar a la de una cárcel de alta categoría, su vista se pierde siguiendo su rumbo desconocido hasta que escucha la risa de una niña, la pequeña seguía a la burbuja para hacerla estallar entre sus delicadas manos pero para su mala suerte no llega antes de que explote en la atmosfera grisácea, sus miradas se cruzan acompañado de un fuerte latido que hace que sus oídos se ensordezcan en cuestiones de segundos, con pena Letizia sube su mano con mucha valentía para saludarla, por otro lado la otra niña era más extrovertida y respondió el saludo con gestos más festivos, la infante se acerca y le pregunta su nombre por lo que se presenta como Julianna sin ningún problema al instante en que Letizia le da su nombre.
Las intuiciones de Julianna eran muy acertadas en la mayoría de los casos, por eso, le preguntaba con una gran confianza el motivo por el cual estaba afligida, Letizia gira su cabeza para disimular las lágrimas que le brotaban de sus ojos inocentes, por otra parte su compañera le dice que no importaba si no le quería decir porque algo dentro de ella le afirmaba que con el tiempo serían muy buenas amigas , cuando Letizia estuvo a punto de contarle el secreto, los padres de Julianna se aproximaban con un amor similar al que sus propios padres tenían años atrás pero de los que ahora no son nada más que un cementerio de recuerdos quebrantados, la niña le dice que se debe ir, pero le escribe fulminantemente el número de su celular en un pequeño papel que tenía jugando entre sus dedos, los números los había escrito claramente con un lápiz de grafito que siempre llevaba consigo en uno de los bolsillos de su vestido azul, se despide para incorporarse a sus familiares sin antes decirle en un susurro que cuando quisiera le podía escribir, que siempre y cuando le fuera posible le respondería con mucho gusto.

Letizia queda absorta mirando cómo se va aquella pequeña, pero quedo más sorprendida aun cuando se percató de que vivía a tan solo unas cuadras, pero cuando cruzo no pudo detallar en que casa específicamente residía, lo importante es que tenía a alguien confiable a pocos metros de ella, el problema ahora se resumía en cómo se verían porque sus padres siempre la mantenían en un cuarto encerrada para que no hablara con nadie del fracaso de su matrimonio y de la perfecta ilusión que mantenían exhaustamente día y noche, ninguno de ellos quería quedar en escarnio público ante todas las personas del barrio por la culpa de una niña que no controla sus emociones ni pensamientos. Las únicas oportunidades que tenía la infante de salir era cuando la llevaban a un colegio privado con una mensualidad de pago casi imposible de pagar pero en el cual nadie le gustaba pasar tiempo con su presencia, en su casa de estudios no tenía amigos y su timidez empeoraba en pasos agigantados su situación, la tarde comenzó a oscurecer acompañado del clima tormentoso, un trueno se deja escuchar en el cielo y la dulce criatura se apresura a refugiarse en su hogar repleta de problemas y sentimientos de afecto congelados.

Letizia se pone su pijama de doncellas sin antes pensar en lo sucedido, por alguna razón sentía que su timidez ya no tenía control sobre ella y sentía que sus palabras fluían sin problema alguno, se sienta en su cama para acomodar unas barajas de adorables mascotas que compraba a escondidas en el recreo de sus lecciones escolares, su mente nunca pudo dejar de pensar en Julianna, tenía un fuerte impulso de volverla a ver para contarle sus secretos y sobrellevar mejor la carga que tenía a tan corta edad, es cuando por su mente se le ocurre una idea un poco arriesgada, esperaría a que sus padres se durmieran para agarrar el teléfono de su madre para llamar a su distante y cercana amiga, ya nada podía salir mal, sabia con exactitud  donde colocaba el teléfono celular y la hora en que sus parpados se cerraban, ya solo era cuestión de esperar.
Las 10 de la noche marcaron en el reloj del pasillo, Letizia camina sobre las puntas de sus pies para procurar no hacer ruido, gira la perilla de la puerta lentamente con éxito para proceder a tomar el móvil, cuando lo tiene en sus manos se agacha para correr en cuatro patas como los gatos sosteniendo el teléfono en su boca, llega nuevamente a la puerta de la habitación de sus creadores para cerrarla con exagerada delicadeza, su boca suelta un suspiro de tranquilidad cuando ingresa una contraseña al aparato electrónico de último modelo y accede sin dificultad, se sienta en su cama y procede a marcar a su confidente, el teléfono repicaba demasiadas veces pero nadie atendía,  es cuando entonces en el último instante atiende una niña con un tono un poco cansado, con entusiasmo desbordante le dice de que se trataba de la niña que había visto en la mañana, por su lado, Julianna abre sus ojos como platos quitándose cualquier rasgo de sueño que poseía, le había dicho que era un poco tarde para llamar pero que de todos modos le alegraba su llamada, las dos se cuentan que sus padres estaban dormidos mientras que ellas se encontraban rompiendo las reglas, ambas ríen como si supieran el secreto mejor guardado de la historia cuya respuesta para los demás era un enigma, comienzan hablar de las series animadas que veían sacando conclusiones exageradas con sus fantasías a flor de piel.

El silencio de un corazón frustradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora