La bahía de los lamentos

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En lo más adentrado y escondido de un bosque invadido  por pinos altos,  se localizaba un pueblo con un mar traslúcido y muy frío, un lugar hermoso que muy pocos de la ciudad conocían y se atrevían a explorar por tantas cosas que se decían de él, un sitio con infinitas bellezas peculiares que resguardaban misterios sin resolver, las casas de aquella aldea eran construidas con un estilo medieval al igual que rústico, poseía una preciosa plaza en dónde se veía una estatua central de un ángel enorme  con una espada enfundada en dónde  afluían las personas para conversar un poco sobre sus experiencias y problemas frecuentes, lo rayos del sol descendían confortablemente brindando buena luminosidad a su mediana población, aquella aldea contaba con  un enorme puente de piedra que había sido construido tantos años atrás que sus propios habitantes a ciencia cierta desconocían su fecha de creación y culminación, lo que si sabían era que dicho camino llegaba a una isla semejante a un paraíso en el que estaba prohibido permanecer por las noches, la incertidumbre se apoderaba de las mentes de aquella gente por saber que pasaba en realidad en aquel espacio que parecía ser el lugar preferido para residir los espíritus condenados, de tantos enigmas por estudiar y conseguir respuestas sin duda aquella era la que más inquietaba a su comunidad, pues al alumbrar cualquier estación de la luna en el cielo posteriormente de cumplirse la diez de las noches se escuchaban prolongados gritos que denotaban melancolías y penas, varias eran las veces en el que el obispo con sus discípulos intentaban iluminar a aquellas criaturas a la senda que las dirigiría al mundo más allá de los astros en dónde descansaban perpetuamente las almas , pero a pesar de sus frecuentes intentos solo  conseguían ahuyentarlas día tras día, una tarea exhaustiva que no disponía de otra alternativa.
 
De los siete días de la semana, se elegían los sábados  y domingos para hacer misas y  purificar a las persona de sus más íntimos y secretos pecados mortales, en aquel instante dedicado a los santos se podía escuchar los himnos acompañados de coros tan parecidos a un cantico que advertía la llegada del apocalipsis a este mundo, todos estaban sentados con sus sentidos agudizados atentos a las noticias que helaban la piel de tan solo oírlas. 
Cada vez eran más normales las desapariciones de sus aldeanos, algunos hombres que iban en busca de leña para sus hogares en lo más alto de las montañas se perdían repentinamente con el viento, y también, algunos niños que jugaban en el parque no dejaban rastros de sus últimas pisadas en la arena.

Genéricamente  las familias que allí residían no contaban con el suficiente dinero como para mudarse a la capital y pagar los elevados precios de alquiler, comida, sonrisas y alegrías, por lo que se tenían que conformar con vivir al lado del miedo cada instante, tomaban medidas muy estrictas para que la desgracia no llegara en sus vidas pero algunas aunque se mantenían con sumo cuidado en sus pasos lo visitaba la ruina.

En un día sábado del 52, el cura realizó una reunión religiosa como todos los fines de semana, que tenía como objetivo un nuevo planteamiento para la seguridad de sus hermanos y mermar las víctimas, la policía estaba presente con sus más preparados hombres armados dispuestos a todo para ofrecer la libertad. Al final de todo el acontecimiento, se decidió que al día siguiente los niños se quedarían en la iglesia con los vigilantes atentos para resguardarlos mientras que el pueblo iría a la terrorífica isla antes de la hora fija de los gemidos llenos de contrición. Aquel debate de ideas, sugerencias y noticias se había demorado más de la cuenta , los pueblerinos se apresuraban para llegar a sus casas lo más pronto posible sanos y salvos para dedicarse a sus familias, a los pocos segundos en que todos estaban encerrados en sus habitaciones se escuchan las campanas de la iglesia que marcaban las diez de la noche, seguido, las voces retumbantes de sufrimiento no se hicieron esperar , voces de hombres , mujeres , niños y adolescentes que gritaban con todas las fuerzas de sus pulmones a los 7 océanos sobre sus propias penas, daban a conocer con sollozos los motivos de sus más íntimas experiencias melancólicas, las calles permanecieron vacías por solo breves momentos de suspensos para luego ser ocupadas por los sacerdotes que iban con biblia en mano a bendecir una vez más aquel lugar profano y residido por demonios , apenas llegaban a la isla las sirenas nadaban asustadas a las profundidades del mar para no correr peligro arrastrando consigo a las crías más pequeñas, mientras que los tritones peleaban a sangre fría en contra de la esclavitud con espadas que encontraban en las profundidades del mar dentro de los barcos hundidos, por otra parte los monjes abrían su túnica color níveo para sacar armas blancas de diferentes formas para matarlos sin lastima alguna.

El silencio de un corazón frustradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora