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La barbacoa en la piscina sólo para adultos está en pleno apogeo. Hay música, sol, bikinis tan lejos como el ojo puede ver, y algunos señores en tanga que me gustaría no tener que ver.

Alquilamos una cabaña cerrada cerca de la barra y nos acomodamos en la mesa circular, cubierta con un paraguas delante de él. Nuestra ronda de cervezas llega y pasamos el rato esperando nuestro turno en el torneo de voleibol. Para los hombres, los deportes en equipo tienen el poder de inspirar una mentalidad guerrera, nosotros-contra-ellos. Es como pasar la noche en una trinchera —una instantánea experiencia vinculante. Incluso si no se gustan —infiernos, incluso si no se pueden soportar unos a otros— cierras las filas, aceleras el ritmo donde debes. Porque estás en el mismo pelotón y quien no esté contigo está en tu contra. Ellos son el enemigo.
¿Por qué te estoy diciendo esto? Lo comprenderás pronto.

Por ahora, tomo un sorbo de mi cerveza y me centro en la cara hosca de mi cuñado. Decido ir directo al grano:
—¿Qué está pasando contigo y con mi hermana?

Él no está sorprendido por la pregunta. Pero está reacio.
—No quiero hablar de eso.

¿No quieres hablar de ello? ¿Qué? ¿Te creció una vagina en la caminata aquí? ¿Supongo que ahora lo siguiente que me vas a decir es que estás bien? No seas una perra, Sai, habla. ¿Qué pasa?

Frota con la mano su cara y observa la piscina por un minuto. Deliberando. Luego se vuelve hacia nosotros y se inclina hacia adelante, los codos sobre la mesa.
—Muy bien. Comenzó hace unas dos semanas. Durante un par de días, Ino había estado de mal humor. Pero yo no estaba preocupado, se pone así a veces. Y entonces encontré algo en la papelera del baño. . . una prueba de embarazo.

Comprensivos gemidos rodaron sobre la mesa como la onda en un partido de fútbol.
—Nunca te va a dejar salir de casa otra vez.

—Tienes que darle espacio a los niños, Sai. Si los tienes muy cerca uno del otro, uno está atado a caer en el olvido.

—Ahora van a ser tres contra dos, estás jodido. Sai sostiene su mano.

—Fue negativo. Ino no está embarazada. —Toma un trago de su cerveza—. Pero cuando le pregunté sobre esto, se puso balística. Gritándome sobre cómo no la entiendo, cómo no me debería preocupar por los niños porque puedo tenerlos hasta que llegue a los setenta. Y cómo los hombres en general apestan. Desde entonces, ha estado insoportable. Es como si estuviera buscando cualquier excusa para estar enojada conmigo.

Naruto informa:
—Tal vez necesita un descanso. Ya sabes, ¿una noche para sentirse como una mujer y menos como una mamá?

Sai sacude su cabeza.
—Ya pensé en eso. Arregle una salida a los Hamptons, tenía a mi papá listo para llevar a los niños y todo. Me rechazó, no deseando nada de eso. Entonces me regaño por hacer planes sin consultarle.

Choji resopla:
—No puedo decir que estoy sorprendido. Sin ofender, amigo, pero Ino siempre ha sido una persona fría.

No tomo excepción a su comentario porque veo por qué él creería algo así. La voz de Sai adquiere un tono suave, triste. Nostálgico.
—Pero no lo es, para nada. Es sólo una fachada que pone. La Ino real es cálida... y divertida... e iría a los extremos de la tierra por la gente que ama. Hasta hace dos semanas, eso me incluía. Pero últimamente. . . no. Y no sé por qué.

Me pellizco el puente de la nariz y suspiro.
—Tienes que arreglar esto, Sai. No puedes hacerme esto, no ahora.

No se lo toma bien.
—¿Qué diablos tiene esto que ver contigo, Shikamaru?

Lo señalo con mi dedo acusadoramente.
—Tú e Ino son mi patrón de oro. Son la única razón por la que no me estoy cagando en los pantalones sobre la idea de casarme con Sakura la semana que viene. Porque son mi prueba de que el matrimonio puede funcionar.

Enredados -ShikaSaku-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora