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Finalmente le doy a Sakura el masaje. No es que lo necesitara, relajada como estaba, pero frotar aceite de bebé caliente en el cuerpo de Sakura es mi idea de un buen tiempo. No hace falta ser un genio para darse cuenta de cómo las cosas fueron de allí. Razón por la cual, por el momento, Sakura está fuera de combate en la cama. La dejaré dormir veinte minutos más o menos antes de tener que despertarla. Porque es bien sabido que las mujeres tardan una eternidad y un día para prepararse para una noche en la ciudad. Sakura puede ser diferente de la mayoría de las chicas en muchos sentidos, ¿pero en esa manera? Es exactamente igual.

Salgo de la habitación a la cocina, en busca de algún alimento. Un hombre no puede vivir únicamente de sexo, tan genial como esa idea sería. La casa está en silencio. Choji y Gaara probablemente salieron para escapar de los sonidos de golpes y sexo a su alrededor.
Me hago un sándwich de pavo con pan de centeno en la cocina, y luego miro a las puertas del balcón y descubro a mi hermana. Sentada sola en el patio de ladrillo privado en la parte trasera de la villa.

Mentalmente sacudo la cabeza y paso a través de las puertas. Ino me mira rápidamente, luego gira sus ojos hacia el follaje que rodea el patio. Abandonada no es una mirada que estoy acostumbrado a ver en mi hermana. Es inquietante.
Me siento en la silla de césped junto a ella y pongo mi sándwich en la mesa.

Debo comenzar amablemente. Sin acusar. Considerado. Debería ser diplomático.
—¿Qué demonios, Ino?

Ella toma un sorbo de la copa de martini en su mano antes de colocarla en la mesa.

—Vete, Shika. Me gustaría estar sola.

—Me gustaría comprar una isla privada en el Pacífico Sur y nombrarla Naraland, pero eso no va a suceder a corto plazo. No siempre podemos tener lo que queremos.

Cojo la copa llena con un brebaje color rosa y olfateo. Mi cabeza se sacude de nuevo y mi nariz se arruga. Lo que sea que mi hermana ha estado bebiendo huele a amoníaco afrutado, con aroma de fresa batida con orines.

—Si vas a envenenar tu cuerpo, por lo menos ten la decencia de utilizar una toxina premium de marca. —El licor barato está estrictamente reservado para los borrachos y los universitarios que no conocen nada mejor.

Su rostro es impasible. Sombrío y triste. Ella niega con la cabeza ligeramente.
—No entiendes.

Lanzo su bebida sobre la hierba.
—Resiento eso. Tendré, sabes que yo entiendo todas las perspectivas, hombre, mujer o niño. Dios y yo somos muy parecidos en esa manera. —Hago una pausa por un segundo y mi voz se suaviza—. ¿Qué pasa, Ino? Sea lo que sea, tal vez puedo ayudar.

Su tono es plano. Sin vida.
—Sai se va a divorciar de mí.

Resoplo.
—Con la forma en que has estado actuando últimamente, yo no lo culpo.

Preparo mi mano para bloquear el cristal que estoy bastante seguro está a punto ser arrojado en mi cara. Pero nada es tirado a mí. En vez de eso, algo más impactante —más horripilante— pasa.
La perra se cubre el rostro con las manos y solloza en ellas.

Trago saliva. Luego miro a mi alrededor. A la espera de que la basura de Ashton Kutcher salte y grite: “¡Punked!” Porque Ino no es una  llorona. Ella es un hacedor, arregla cosas.
Y a lo largo de la historia de la humanidad, el llanto nunca ha arreglado una mierda.

Tartamudeo. Y hago la segunda pregunta más estúpida jamás.
—¿Estás. . . estás llorando?

En mi cabeza hace eco la voz de Tom Hanks: “¡No hay lágrimas en el béisbol!” ¿Acaso Cleopatra lloro cuando Egipto fue saqueado? ¿Acaso Juana de Arco lloro cuando la Iglesia Católica la llamo bruja? Son homólogos de mi hermana.
Ino niega con la cabeza, pero las lágrimas siguen fluyendo.
—Es mi culpa. Le he empujado lejos. He sido miserable para estar alrededor. Lo he tratado terriblemente.

Enredados -ShikaSaku-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora