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(un capítulo más y termina la novela, disfruten!!)

Haber vuelto al trabajo como si nada había ayudado un poco, en la medida de haber cambiado el barullo de los raperitos por el barullo de los clientes. Se podía decir que prefería más ese caos mental.

-Te dije que quería un café cortado, nenita.

Miré al viejo asqueroso adelante mío con mi peor cara y asentí. Me había pedido un negro, pero como no se lo pudo bancar cambió de opinión y me culpó a mí de su error. Típico de cualquier empleo de atención al cliente.

Me giré y comencé a prepararle otro café, ésta vez que fuera cortado.

De todos modos, ¿quién toma un café a las doce del mediodía? Tanto escándalo y seguro termina pidiéndome un churrasco con fritas, pensé.

-Aquí tiene caballero, que tenga buen día.

Comenzaron a entrar más personas al café, por lo que empecé a tomar pedidos. Claramente, Sofía no había venido ese día, así que era yo la única mesera laburando ese día.

Estuve todo el mediodía tomando y entregando pedidos, como una máquina. Lo único en mi cabeza era el pensamiento de que el mediodía acabaría y dejaría de entrar tanta gente. Y fue así. La hora pico cesó, y se hicieron las tres de la tarde; una hora en la que, en general, nadie entraba a pedir nada porque no era un momento correspondiente ni del almuerzo ni de la merienda.

Me senté por fin en mi banquito y me puse a boludear con el celular, pero estar quieta me incomodaba un montón y por alguna extraña razón, me encontraba ansiosa ese día.

Me asomé a la ventanilla que daba para la cocina, donde estaba el cocinero lavando platos, y le avisé que saldría afuera un momento a fumarme un pucho. No había nadie en el local, así que no tenía nada de que preocuparme.

Me paré junto a la puerta y encendí un cigarro. Le dí una larga calada y comencé a patear una piedra cerca de la entrada del restaurante.

Pronto sentí unos pasos, y alcé la cabeza para ver quien era, ya que el estacionamiento estaba desierto. La calle estaba desierta. Hacía un calor infernal. 

Al levantar la mirada, me encontré con un hombre trajeado que caminaba hacia mi. Me puse la mano en la frente para verlo con claridad, pero no se me hacía conocido en lo absoluto.

Frenó frente a mí y me extendió una tarjeta con una sonrisa de reclame.

-Soy representante de estrellas, Marcelo Scaboni, un gusto.

Alcé una ceja y agarré la tarjeta dudosa de qué exactamente tendría que ver eso conmigo.

-¿Vos sos Casandra, no? -me preguntó.

Asentí, empezando a tener miedo de toda la situación. De dónde había salido este hombre y cómo mierda sabía mi nombre.

-¿De donde sacó mi nombre, y dónde trabajo? -me atreví a preguntar, tras darle otra pitada ansiosa a mi cigarro y tirarlo al piso.

-Te ví en la sesión de fotos de una compañía que trabaja para mi agencia y pregunté por vos.-explicó, formando una sonrisa lentamente-. Y me sorprendió mucho cuando el fotógrafo me dijo que nunca habías hecho una sesión, que esa había sido tu primera. Por alguna razón, me interesé mucho en tí, tenés mucho potencial para ser modelo. No para trabajar de... mesera.

Alcé una ceja un poco ofendida por su comentario, y resoplé con molestia. Ya entendí a que se debía todo esto.

-¿Te mandó Mateo Palacios? -le pregunté de brazos cruzados.

Me negaba a dejarme boludear por un cheto.

El hombre frunció el ceño un segundo e instantáneamente se rió.

-No, para nada. Mateo Palacios tiene su propio agente. No tengo contacto con él.

Rodé mis ojos porque sentía que me estaba mintiendo.

-¿Por qué lo decís? -me preguntó, sacando un pucho de una caja de cigarros de su blazer negro-. ¿Ya te ofrecieron ellos un trabajo? Porque modelaste su merchandise.

Asentí haciéndome la desinteresada. Me pidió fuego y le prendí el cigarrillo.

-¿Pero seguís trabajando para él?

Lo miré media fastidiada. Era bastante denso el hombre.

-No, ya no. Por eso pensé que vos trabajabas para él y venías a insistirme.

Volvió a reírse, mientras fumaba el pucho y me lo ofrecía. Me negué. No quería heder a cigarro después.

-Me gustaría creer que tengo mejores cosas que ofrecerte -dijo él, sobrado, tirando la punta al piso.

Alcé una ceja nuevamente, pero de curiosidad esta vez. 

-¿Qué me vas a ofrecer? -pregunté burlona.

Nada de lo que pudiera decirme me iba a convencer. Ya me había mentalizado que el modelaje no era para mí. Además, ya me faltaba poco para pagar la deuda; pensaba mantenerme trabajando en la cafetería para que nada malo o inesperado pasase.

-Antes de decirte, me gustaría que pasaras por mi agencia. -me contestó sonriendo triunfante-. La dirección está en la tarjeta. Nos vemos mañana.

Se dió la vuelta y comenzó a caminar fuera del estacionamiento vacío del restaurante y luego, giró en la esquina. Me pareció escucharlo subirse a un auto por el portazo que escuché.

Que arrogantes son los hombres, pensé, mientras miraba por donde se había ido el hombre. Suspiré y entré a la cafetería, ahora distraída.

Distraída porque aunque me hubiera convencido de que el modelaje no era para mí y solo complicaría mi situación actual, era algo que me gustaba hacer y que al parecer, según lo que decían otros, era algo en lo que me iba bastante bien.

¿Quién no querría ser modelo? Todos queremos trabajar de ser lindos y posar frente a una cámara, especialmente por los sueldos que me ganaba.

No sabía qué hacer... Siempre que tomaba una decisión, sucedía algo y comenzaba a dudar de todo lo que ya había decidido.

La pensé toda la tarde, e incluso en el trayecto hacia mi casa, y finalmente decidí presentarme en la agencia. Además de ser una pelotuda, era muy curiosa y necesitaba ver con mis propios ojos la oferta. Siempre podría negarme y volver a lo de siempre. No le hacía daño a nadie con ver qué onda, ¿no?

Llamé a mi jefe y le avisé que tenía un asunto al día siguiente, por lo que capaz que no podría ir a trabajar. Y me fui a dormir ansiosa y expectante de lo que podría pasar en aquella agencia.


𝙈𝙊𝘿𝙀𝙇𝙊; 𝘵𝘳𝘶𝘦𝘯𝘰 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora