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22:57 p.m

Miré el reloj, y suspiré. Ya era hora de cerrar el restaurante.

Terminé de limpiar las mesas y comencé a subir las sillas a éstas, para poder barrer sin impedimento.

─Rodrigo ─grité hacia la cocina, donde mi compañero se encontraba mirando la tele─, ya estamos por cerrar; andá limpiando ahí.

Me mostró el dedo pulgar y yo seguí con lo mío. Ojalá pudiera solo cerrar el restaurante e irme sin tener que limpiar nada de lo que los clientes ensucian.

Una vez más o menos limpio el diner, fui hasta la habitación de los empleados y tranqué la puerta, para cambiarme y que no entrara Rodrigo sin querer. Una vez cambiada con ropa de calle abrigada, salí y fui hasta la cocina para ver si Rodrigo seguía ahí.

Estaba fumando un pucho, con el trapeador en una mano, atento al partido de fútbol que estaban pasando como repetición. Suspiré y le dejé las llaves de las rejas del local.

─Me voy. Trancá todo ─le dije y asintió sin mirarme.

Calcé la mochila en mi hombro y salí de mi trabajo, que era un restaurante del centro de Buenos Aires, de esos que se ambientaban en los 60; un diner. Llevaba trabajando ahí desde que terminé el liceo y aunque no era lo mejor, fue lo primero que conseguí y no estaba tan mal. Un poco floja la paga, pero al menos me pagaban, eso ya era un progreso.

Al salir a la calle, una brisa fresca me erizó los pelitos de mi nuca. Era verano, pero aunque hiciera un calor insoportable, de noche se ponía fresco. Menos mal que me cambiaba a ropa más abrigada que el uniforme marrón cortito del restaurante.

Caminé por las oscuras calles del centro de Buenos Aires hasta llegar a una parada de colectivo. Habían un par de personas bajo el techito, lo cual era extraño porque a esa hora siempre había un montón de gente, especialmente en verano.

Saqué un cigarrillo del bolsillo chiquito de la mochila y lo prendí, y empecé a darle un par de caladas mientras pasaban mil bondis que no me servían.

Media hora después, a la distancia pude ver como venía mi colectivo y tiré el tercer cigarrillo que llevaba fumando al piso y lo pisé. Una vez apagado, lo levanté y lo tiré a la basura que estaba en la esquina.

No tiren las colillas al piso, ¿me escucharon?

Se ve que nadie más que yo iba a tomarse ese colectivo, por lo que rápidamente tuve que volver a la parada y extender mi mano para que el bus parara y me dejara subir. Subí, pagué el boleto y me senté bien en el fondo, lo más cerca de la puerta trasera posible.

El viaje casi me provoca el sueño profundo, si no fuera porque una vieja me pegó con el bolso cuando pasó. Iba a tratar de dormirme devuelta, cuando miré por la ventana y ví que mi parada se acercaba. Me levanté de mi asiento del lado del pasillo y me apoyé en una baranda cerca de la puerta, acomodando mi mochila. Toqué el timbrecito y esperé a que las puertas se abrieran.

Bajé en mi parada y me froté los brazos con frío. Cuánto más tarde se hacía, más fría se ponía la brisa. Me fijé en la calle por la que siempre caminaba para ir a casa y divisé a los pastabaseros de siempre, haciendo ruido en la esquina de la cuadra.

Respiré hondo, rezando para que no me molestaran y fui a pasito apurado. Lamentablemente, no tenía otra opción que pasar por allí, ya que no había otra forma por la cual ir a mi casa.

Apreté la cuerdita de la mochila fuerte contra el pecho y traté de caminar más rapido todavía, ya que me estaba acercando cada vez más y más a los tipos de la esquina. Al pasar, caminé por la calle para evitar llamar más la atención y apuré el paso lo más disimuladamente que pude.

─¡Ay mamita! ─exclamó uno cuando me vió.

─¡Cada día te pones más linda, muñequita! ─me dijo otro.

No los miré y seguí de largo a paso re contra apurado.

─¡Si no fueras hermana del Tadeo, te rompíamos el orto! ─me gritó uno de ellos a lo lejos.

Cerré los ojos cuando ya estuve lo suficientemente lejos de los tipos y suspiré angustiada. No me gustaba tener que pasar por lo mismo siempre, porque no sabía cuándo harían las cosas que me decían que me iban a hacer. La excusa de mi hermano era una simple advertencia, podrían tranquilamente hacer lo que quisieran conmigo porque les importaba muy poco mi hermano, el día, la hora, el lugar, todo. Y eso me daba miedo.

Pero estaba más que acostumbrada.

Caminé otra cuadra más, y llegue a la chocita sin revocar donde vivía con mi hermano Tadeo.

─Llegué ─anuncié.

Dejé mi mochila en una silla y le bajé el volúmen a la tele. Mi hermano no parecía estar en casa todavía, pero había dejado las luces y la tele prendidas. Claro, como él no pagaba la luz, gastaba todo sin perder cuidado.

Fui hasta el baño para lavarme las manos y la cara, tentada a bañarme enterita, pero tenía que cocinar la cena y me quedaría con el olor a la comida. Dejé mi mochila en mi cuarto y me dirigí a la cocina, cuando una figura me asustó y me hizo detenerme en mis pasos.

─Tadeo, la concha de tu madre. Me asustaste.

Puse una mano en mi corazón acelerado por el susto, y respiré hondo. Mi hermano me miró con cara de orto y se cruzó de brazos, apoyado en la mesada de la cocina chiquita que estaba pegada el living.

─Vino tu noviecito y te dejó una caja.

Lo miré con el ceño fruncido y me acerqué a él.

─¿Dani? ─le pregunté, y subió y bajo los hombros con indiferencia pero la cara de orto seguía ahí─. ¿Dónde está la caja?

Con la cabeza señaló un paquete blanco arriba del sofá, y rápidamente me acerqué a él. Lo abrí y era un vestido negro hermoso, y un sobre con unos cuantos billetes de mil. También había una notita que decía:

para la más hermosa, espero q te guste. dani ribba.

Olí la cartita y me quedé en silencio, hasta que mi hermano interrumpió mis pensamientos.

─¿Seguís viéndote con ese raperito del orto? ─me preguntó.

Rodeé mis ojos y dejé todas las cosas dentro de la caja y comencé a caminar hacia mi cuarto para guardarla. Mi hermano me seguía, esperando una respuesta de mi parte.

─Sí, sabés que sí ─le dije, un poco molesta. Entendía su preocupación, pero hacía todo por una razón─. Gracias a ese raperito del orto puedo pagar las cuentas a veces, ¿sabías eso, no?

Saqué el sobre de billetes y se lo mostré.

─Ésta plata es la que te da un plato de comida, luz y agua calentita para bañarte, flaco. Si laburaras, quizás no la necesitaría.

Le tiré el sobre en la cara y me metí en mi cuarto, dejando la puerta abierta. Tadeo entró al cuarto y me tiró los billetes en la cama enojado.

─Sabés que intento buscar trabajo y no encuentro nunca nada ─me dijo respirando con dificultad─. Y lo que vos hacés es de zorra.

Fruncí mi ceño y ordené la plata desparramada y la guardé en mi mesita de luz, junto a más plata guardada. Me giré hacia él. Sabía que decía eso porque estaba enojado. Él mas que nadie sabe que no soy una zorra, pero soy inteligente y si tengo que sacrificarme para darnos un techo y un plato de comida; lo hago.

─Tadeo -le dije suavecito, acercándome a él─, tenemos una deuda enorme con estos tipos y vos no movés el culo para pagarla porque sos un cagón orgulloso, pero ya perdimos a mamá y a papá por eso y no pienso perderte a vos, ¿me escuchaste? El pibe me entiende y me ayuda, y encima, me trata bien y nunca se pasa conmigo como cualquiera lo haría. Ponete a laburar y hablamos de plata.

Tadeo me miró enojado una vez más, y salió de mi pieza dando un portazo.

Sé que la situación es difícil, pero enojarse y quedarse sentadito día y noche, no nos traería la solución a nuestros problemas.









en el próximo cap aparece trueno, no se desespereeeen.

𝙈𝙊𝘿𝙀𝙇𝙊; 𝘵𝘳𝘶𝘦𝘯𝘰 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora