|Prólogo |

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Los alumnos del castillo de Hogwarts de magia y  hechicería salieron de sus correspondientes clases cuando la campana del almuerzo sonó.  Miles de cuchicheos se adueñaron de los pasillos, llenando el lugar de vida, y muchos jóvenes se dispusieron a irse al Gran Comedor, con el objetivo de deleitarse con deliciosos platillos que preparaban los elfos domésticos en las cocinas.

Harry Potter era uno de ellos. Sin embargo, no estaba para nada contento como las demás personas a su alrededor. Es más, estaba seguro de que, mientras estaba dirigiéndose al Comedor junto a sus dos amigos con cara de asesino serial, y si las miradas mataran, todo aquel que lo hubiera visto estaría enterrado tres metros bajo tierra y él en Azkaban por cometer una masacre.

La causa de su mal genio era que tenía castigo con la cara de sapo Umbridge durante toda la semana, además de que todos los profesores le hablaban sin parar sobre que tenían que estudiar para las MHB que se daban a finales del ciclo. Y para variar, tenía una montaña de deberes que lo esperaba ansiosa, como si pudiera hablar y dijera “aquí estoy, y te voy a hacer la vida imposible durante el resto del año, ¿qué te parece?”

Y, para rematar, se estaba muriendo de hambre y apestaba a estiércol de dragón gracias a la profesora Sprout.

Entonces, ¿qué maldita razón había para sonreír?

Como, además, estaba con un gran apetito y tenía su castigo con Umbridge a las cinco, fue directamente al Gran Comedor sin dejar su mochila en la Torre de Gryffindor, con la idea de comer algo antes de enfrentarse a lo que la profesora le tuviera preparado. Sin embargo, cuando acababa de llegar a la puerta, alguien le gritó con voz potente y enojada:

—¡Eh, Potter!

—¿Qué pasa ahora? —murmuró él, con tono cansino. Al darse vuelta, vio a su capitana de quidditch, Angelina Johnson, que parecía de un humor de perros.

—¿Cómo que qué pasa? —replicó ella, dirigiéndose hacia él y clavándole el dedo índice en el pecho. —¿Cómo permitiste que te castiguen el viernes a las cinco?

—¿Qué? ¿Qué…? ¡Ah, sí! ¡Las pruebas para elegir al nuevo guardián!

—¡Ahora te acuerdas! —rugió Angelina. —¿Acaso no te dije que quería hacer una prueba con todo el equipo y buscar a alguien que encajara con el resto de los jugadores? ¿No te dije que había reservado el campo de quidditch con ese propósito? ¡Y ahora resulta que tú decidiste no ir!

—¡Yo no decidí nada! —protestó Harry, dolido por la injusticia de aquellas palabras. —La profesora Umbridge me castigó por decir la verdad sobre el Innombrable.

—Puedes ir a verla y pedirle que te levante el castigo del viernes. —dijo Angelina con fiereza. —Y no me importa cómo lo hagas. Si quieres dile que el Innombrable es producto de tu imaginación, pero ¡quiero verte el viernes en el campo!

Dicho esto, se alejó a grandes zancadas junto a Alicia Spinnet y Katie Bell, quienes la miraron con un poco de susto, y la siguieron, por su seguridad, con un metro de distancia entre ellas.

—¿Saben qué? —les dijo Harry a Ron y Hermione, cuando entraban al Gran Comedor. —Tendríamos que preguntar al Puddlemere United si Oliver Wood se mató en una sesión de entrenamiento, porque tengo la impresión de que su espíritu se apoderó de Angelina.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que la Profesora Umbridge te levante el castigo del viernes? —preguntó Ron, con escepticismo, mientras se sentaban en la mesa de Gryffindor.

—Ninguna. —contestó Harry, con desánimo. Se sirvió unas costillas de cordero y empezó a comer. —Pero de todos modos será mejor que lo intente, ¿no? Le propondré cambiar el castigo del viernes por dos días más o algo así… —tragó un bocado de papa y se dispuso a seguir hablando, pero fue interrumpido por un rayo que atravesó el techo del Gran Comedor.

𝐇𝐚𝐫𝐫𝐲 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫: 𝐮𝐧𝐚 𝐯𝐢𝐬𝐢𝐭𝐚 𝐢𝐧𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐝𝐚 #𝟏 [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora