Titulo III El Mecanismo Celestial
Capitulo 29 Culpa y Expiación
Una densa bruma cubrió sus ojos, el Mensajero, siendo fiel a su palabra, se disponía a trasladarlo a las fronteras del tiempo y el espacio. A Theo Nott le había sido negada la posibilidad de ser de nuevo el Viajero, su giratiempo ya no funcionaba con él, aun así, cuando pudo hacerlo, jamás se había atrevido a ir al futuro. Es irónico, al parecer es mas fácil trasladarse al pasado que al futuro, si es que un viaje de ese tipo puede denominarse fácil, quizás es porque el futuro es cambiante como el viento, mutable, tan una sola decisión, una sola palabra, incluso un pensamiento en una hora malhabida y todo se modifica, nada está escrito. O quizás la razón para no embarcarse en ese trayecto, fue simplemente miedo, temor de ver las consecuencias de sus propias acciones.
Al hombre sin miedo le habían prometido pánico, al ser sin sentimientos le despertarían algo profundamente dormido en su interior desde hacia muchos años. A quién había vivido una existencia llena de esperanzas rotas, ya mas nada podría asombrarlo, por lo menos, eso era lo que Theo Nott creía.
Que equivocado estaba.
Mientras Theo veía como la habitación del anodino hotel londinense donde se encontraban desaparecía en un torbellino, el mensajero se mantuvo a su lado, inmóvil, fiel a su promesa, dispuesto a enseñarle el resultado de su obra. Theo observaba estupefacto, como alternativamente en la que era su habitación llegaban el día y la noche, entraban y salían a velocidad demencial camareros y huéspedes, que permanecían ignorantes y ajenos de su presencia, la luz del sol se ocultaba y de nuevo otra vez la noche, así en incontables ocasiones, hasta que el viaje al futuro se detuvo.
Theo dedicó su atención al reloj que estaba pegado a la pared, estaba andando al revés, levantó una ceja extrañado, tratándole de dar una explicación, pero pronto el inusual fenómeno ya no llamó su atención, entonces se fijó en la escasez de luz, era ya la ultima hora de la tarde, se dio cuenta de que algo estaba fuera de lugar y miró a su alrededor, no se había movido aparentemente de sitio, solo que ya no estaba en su cuarto sino mas bien en las ruinas humeantes de lo que alguna vez había sido el Hotel Ritz en Londres.
Theo miró alrededor totalmente estupefacto, no existían absolutamente nada en pie mas que solo escombros, caminó con dificultad sorteando algunas vigas caídas, habían cadáveres putrefactos abandonados a su suerte, tirados por allí y por allá, por el aspecto que ofrecían y el olor, al parecer llevaban varios días muertos. Levantó sus ojos hacia arriba y su boca se abrió del asombro, el azul del cielo había cambiado, de hecho, no era azul, ahora este estaba ocupado por nubes de color rojizo, el sol era un diminuto punto nebuloso en el firmamento, brillando con desgana, literalmente apagándose, la Luna o lo que suponía era la Luna estaba deforme, el astro lucia gigantesco, como si estuviese mucho mas cerca de lo usual, de hecho su tamaño era intimidante, antinatural, su forma redondeada estaba alterada, herida, le faltaba un gran pedazo al objeto celeste, como si una boca gigante la hubiese mordido. Más al norte, en el horizonte amenazaba la oscuridad mas negra, un lugar donde ninguna luz existía, donde todo era atraído y donde todo se perdía, lo que entraba allí, jamás salía…un agujero en el cielo…un hoyo negro retorciéndose en espirales. Theo miró perplejo….era maligno, siniestro…estremecedor a un nivel inmensurable.
El Mensajero caminaba delante de él, Theo lo seguía observando la destrucción que había a su alrededor, sin atreverse a mirar ese agujero negro que tanto lo había inquietado, todavía negándose lo que sus sentidos le mostraban, le llamó la atención de que las calles estaban desiertas, el silencio imperante molestaba sus oídos, pronto supo que no todos estaban muertos, algunas personas caminaban desorientadas junto a ellos, en completo mutismo, con las ropas hechas jirones, el miedo desfiguraba sus rostros, pocos se atrevían a mirarlos y quienes lo hacían, simplemente los veían de reojo y se marchaban apresurados buscando algún refugio, un sitio donde resguardarse y lamentarse. Una mujer de pronto se abalanzó contra él y le sostuvo con fuerza los brazos.