10. Salvación

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Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a la parte posterior de otro edificio

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Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a la parte posterior de otro edificio. En previsión, ya me había dado media vuelta. Debía rectificar a toda prisa, cruzar como un bólido el estrecho paseo y volver a la acera.

Demasiado tarde.

Los cuatro estaban mirándome con unas sonrisas de excitación que me dejaron petrificada en la acera. Súbitamente comprendí que no me habían estado siguiendo. Me habían estado conduciendo como al ganado hasta una calle vacía con un callejón cerrado.

—¡Ahí está!

No era capaz de chillar con mucha potencia, pero igual inspiré aire, preparándome para proferir un grito. Lo intenté, y resultó que tenía la garganta demasiado seca. Me aferré la correa de la bolsa del vestido con una mano, lista para usarla como arma. No tenía nada más. Mi mochila estaba casi vacía, sólo con unas libretas y mi cartera.

Los cuatro empezaron a avanzar, obligándome a entrar más en el callejón, con tal de mantenerlos lejos de mí el mayor tiempo posible. Me estaban acorralando.

—Apártate de mí —le previne, con voz que se suponía debía sonar fuerte y sin miedo, pero mi voz arruinada no ayudó en nada.

—Así que no puedes hablar, ¿eh? Bien, no me gusta cuando gritan —dijo, y una risa ronca estalló detrás de mí.

Me detuve. Separé los pies, me aseguré en el suelo e intenté recordar, a pesar del pánico, lo poco de autodefensa que sabía. La base de la mano hacia arriba para romperle la nariz, con suerte, o incrustándosela en el cerebro. Y el habitual rodillazo a la ingle, por supuesto.

Luego recordé que probablemente no tendría ninguna oportunidad... porque ellos eran cuatro y yo una. Bloqueé mi pesimismo antes de que el pánico me incapacitara. Los cuatro ahora estaba rodeándome, como una manada de hienas acechando a su presa. Pero no iba a caer sin llevarme a alguno conmigo. Intenté tragar saliva para ser capaz de proferir un grito aceptable.

Lo único que fui capaz de hacer, fue voltearme y levantar la mano para estampársela en la mejilla al primer hombre que se atrevió a tocarme. Ignoré el dolor en mi glúteo izquierdo, que había sido manoseado con fuerza.

Los otros tres se rieron, pero el manoseador no lo encontró gracioso y me agarró la muñeca, torciéndola para inmovilizarme.

—Te enseñaré a quedarte quieta —masculló.

Arrugué la nariz, desagradada con su aliento a alcohol. Justo cuando quise usar mi mano libre para zafarme de su captura, otro me apretó la mano y me jaloneó, casi haciéndome tropezar. La bolsa cayó al suelo y entre dos de ellos pisaron la bolsa para acercarse más a mí. Era ahora cuando tenía que gritar, no tenía otra oportunidad de salir de esto sin ayuda. Dos ya me tenían agarrada, a pesar de mis intentos de escape.

Súbitamente, unos faros iluminaron el oscuro callejón. El alto coche plateado derrapó hasta detenerse a menos de un metro. Uno de los tipos me soltó, pero el manoseador no lo hizo, aunque no sé si porque se había paralizado como ciervo en carretera o porque seguía firme en salirse con la suya.

beastly | emmett cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora