11. Vampiros

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—Primero dime de dónde sacaste esa historia quileute —exigió

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—Primero dime de dónde sacaste esa historia quileute —exigió.

—Fue el sábado, en la playa —me arriesgué a alzar los ojos y contemplar su rostro. Pareció confundido—. Bella conocía a este chico, Jacob Black —proseguí. Aún se veía perplejo—. Su padre es uno de los ancianos de los quileute —lo examiné con atención. Una expresión helada sustituyó al desconcierto anterior—. Fuimos a dar un paseo por la playa —evité explicarle que había sido Bella quien lo había interrogado—..., y él estuvo contando viejas leyendas para asustarnos —vacilé—. Habló de una...

—Continúa.

—... sobre vampiros.

En ese instante me di cuenta de que hablaba en susurros. Ahora no le podía ver la cara, pero sí los nudillos tensos, convulsos, de las manos en el volante.

—¿E inmediatamente te acordaste de mí?

Seguía tranquilo.

—No. Jacob mencionó a tu familia.

Permaneció en silencio, sin perder de vista la carretera. De repente me alarmé, preocupada por proteger al amigo de Bella.

—Él creía que sólo era una superstición estúpida —añadí rápidamente—. No esperaba que nos creyéramos ni una palabra.

—¿Qué hiciste entonces? —preguntó un minuto después.

—Nada. Decidí que no importaba —susurré.

No me importaba desde que me había dado cuenta de que, después de tantas oportunidades que había tenido para hacerme daño, no lo había hecho. Había corrido a ayudarme tras el accidente en el estacionamiento y acababa de salvarme la vida.

—¿Que no importaba?

El tono de su voz me hizo alzar los ojos. La máscara tan cuidadosamente urdida se había roto finalmente. Tenía cara de incredulidad.

—No —dije suavemente—. No me importa lo que seas.

—¿No te importa que no sea humano? —su voz reflejó una nota burlona e incrédula.

—No —repetí.

Se calló y volvió a mirar al frente. Su rostro era oscuro y gélido.

—Te has enfadado —suspiré—. No debería haberte dicho nada.

Él también suspiró.

—Yo jamás podría enfadarme contigo, Ophelia.

Sentí mis cachetes calentarse.

—Así que, ¿no me equivoco?

—No.

Respiré hondo.

—Perdón. Sólo siento curiosidad.

Al menos, mi voz sonaba tranquila.

—¿Sobre qué sientes curiosidad?

beastly | emmett cullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora