¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Este fin de semana estuviste cazando, ¿verdad? —pregunté, buscando cambiar el tema, antes de que encontrara otra cosa seductora que decir para sonrojarme más.
—Sí —calló durante un segundo, como si estuviera decidiendo si decir algo o no—. No quería ir, pero era necesario. Es mucho más fácil estar cerca de ti cuando estoy saciado.
—¿Por qué no querías ir?
—El estar lejos de ti me pone... ansioso —su mirada era amable e intensa; me estremecí hasta la médula—. Cada fin de semana que me voy de caza, o los días que falto a la escuela, es una tortura. Estoy demasiado abstraído preocupándome por ti, pensando en lo lejos que estoy y cómo no podría llegar a ti si algo te pasara. Son días realmente largos, y la verdad es que pongo a mis hermanos de los nervios.
Me sonrió, entre divertido y compungido.
Pensé en ello durante un momento.
—A mí también me disgusta no verte —confesé.
Vacilante, y con el debate interior reflejado en los ojos, se movió sólo haciendo ruido por el roce de las sábanas, quedando a una distancia tan corta que podía oler su aroma. Alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba helada, a la temperatura que había aprendido que siempre estaba..., pero su roce quemaba.
Sus preciosos ojos miraban los míos. Dorado contra verde. Las mariposas se instalaron y revolotearon en mi estómago, siendo un recordatorio constante de mi enamoramiento por Emmett desde hace dos años.
—¿Estás lista para dormirte o tienes alguna pregunta más? —inquirió, rompiendo el breve silencio.
Suspiré.
—Sólo medio millón.
—Tenemos mañana, y pasado, y pasado mañana... —me recordó.
Sonreí eufórica ante la perspectiva.
—¿En serio? —quise asegurarme.
—No te voy a dejar —su voz llevaba la impronta de una promesa.
—Entonces, una más por esta noche...
Me acomodé en el asiento, un poco nerviosa. Temía que fuera algo que causara su distancia o desaparición en un futuro cercano. La mera idea me hizo temblar de las manos. Pensar en no volver a verlo me entristecía.
—¿Por qué ser honesto conmigo? —pregunté, mirándolo a los ojos, esperando leer su reacción— ¿Por qué no mentirme, dar el tema por zanjado y evitarme? —cuestioné.
Emmett no mostró ninguna expresión. No escuché su respiración, pero lo vi mover sus hombros arriba y abajo. Era imposible adivinar lo que pensaba. Emmett podía ser tanto bromista como serio, tanto preocupado como relajado, imprudente y responsable. Era difícil saber qué esperar de él.