Tomando su pequeña mano la guió hasta colocarla frente a él, se inclinó con lentitud y posó sus labios en su frente. Arari sintió un leve cosquilleo en los labios, deseaba besarlo, deseaba estar con él en cuerpo y alma. Su abuela y su hermana le habían hablado de ello, de lo que se sentía al ser correspondido por el ser amado, de que un elfo, cuando ama, lo hace desesperadamente, se entrega y lo entrega todo, de que, tanto tu cuerpo como tu mente, despiertan a sensaciones que antes no conocían y deseas unirte a la otra parte en todos los sentidos. Y ahora ella lo sentía, sabía que era él el indicado pues cada parte de su ser se lo hacía saber.
Cuando Thranduil separó los labios de su piel, ella soltó el aire que, sin percatarse, había estado reteniendo en sus pulmones. Un suspiro salió de su boca y abrió los ojos para mirar aquellos de color celeste que, aunque se parecían al hielo, ya no eran tan fríos. Le sonrió avergonzada, sabía que sus mejillas estaban sonrojadas y Thranduil le devolvió la sonrisa, haciéndole saber tan sólo con mirarla que sabía lo que ella estaba sintiendo, él mismo volvía a sentirlo con más fuerza que nunca pero era consciente de lo que debía hacer antes, debía controlarse, aunque quisiera tomarla en ese mismo instante sobre aquel diván debía calmarse para poder unirlos. Y soltó su mano para tomar su derecha con la propia, la mano del rey del Bosque Negro con la palma hacia arriba recibiendo así todo lo que ella le ofrecía, la mano de la menor de las Damas de Imladris y Lothlórien con la palma hacia abajo tomando así todo lo que él le daba. Dos vidas inmortales unidas para la eternidad.
Tras pocos instantes, Thranduil tomó la cinta bordada para ponerla alrededor de sus manos unidas, haciendo que envolviese desde una muñeca hasta la otra, vinculando así sus líneas vitales.
— Con tan sólo Eru Ilúvatar como testigo, me uno a ti, Arari Elrondwen, Dama de Imladris y Lothlórien. Te entrego mi inmortalidad, mi luz y mi ser, mi corazón y mi alma, para que sean tuyos y nuestro vínculo perdure hasta que llegue el final de los tiempos.- Proclamó Thranduil.
— Con tan sólo Eru Ilúvatar como testigo, me uno a ti, Thranduil Oropherion, Gran Rey Sindar de los elfos del Bosque Negro. Te entrego mi inmortalidad, mi luz y mi ser, mi corazón y mi alma, para que sean tuyos y nuestro vínculo perdure hasta que llegue el final de los tiempos.- Respondió Arari y añadió - A tu lado, no le temo a nada.
Una sonrisa iluminó los rasgos del rey elfo, que enlazó los dedos de ambas manos, las alzó y depositó un beso en el dorso de la de Arari, cerrando los ojos para sentir su calor y el aroma que su piel desprendía, aquel aroma a jazmín y azahar del que nunca había podido olvidarse. Ella sonrió ante el gesto y elevó la mano que tenía libre poniendo su palma sobre el pecho del rey, sintiendo su corazón latir con fuerza, confirmándole que él sentía lo mismo que ella. Thranduil, ansioso por besarla, no podía controlar los latidos de su corazón y menos si Arari lo tocaba con esa delicadeza propia de ella pero antes, debía entregarle algo que había dejado en su propia habitación. Bajó sus manos y desató la cinta, guardándola de nuevo en el bolsillo de su bata.
— Ven conmigo, Galadêl. — Pidió Thranduil. — Debo entregarte algo.
— ¿Qué es? — Preguntó impaciente, a lo que tan sólo recibió una sonrisa por parte del elfo como respuesta.
Arari lo siguió impaciente hasta su habitación, ambos tomados de la mano, después de tanto tiempo deseándolo, ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar al tacto y el calor que le otorgaba el tener contacto con el ser amado. Cuando entraron, Thranduil soltó la mano de Arari, ella cerró la puerta y él se dirigió a la cómoda donde guardaba un joyero bellamente decorado. Al abrirlo pudo ver las joyas que había mandado a hacer para su esposa fallecida, unas joyas que nunca llevó y que Arari le había entregado como si fuese un presagio pero que, ahora, veía demasiado ostentosas para ella, sin embargo, no era eso lo que buscaba. En uno de los pequeños cajones interiores se encontraba una de las joyas que conservaba con mayor cariño, un anillo igual al suyo pero de menor tamaño, hecho con parte de la misma piedra y con un idéntico diseño de ramas en plata que había pertenecido a su madre, al igual que el suyo perteneció a su padre y que, ahora, sería el que llevaría Arari como Reina de los elfos del Bosque Negro y su esposa.
ESTÁS LEYENDO
Galadêl
FanfictionTras la caída de Smaug, los enanos exploran la montaña, asegurándose que ningún peligro queda dentro. Volvieron a admirar todos aquellos tesoros que una vez dejaron. Había mucho que hacer, mucho por limpiar, ordenar y reparar pero pronto empezaría a...