Capítulo 9

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Las noticias de que el rey se había recuperado corrieron rápidamente, aunque Altaion y Galatur no habían permitido que éste saliese a recorrer el bosque en busca de amenazas, sí que había salido de la habitación para encargarse de los demás asuntos. Altaion se preguntaba por qué Arari no había ido a verlo desde aquella noche en la que lo despertó llamando a la puerta de su habitación para comunicarle que su majestad había despertado y estaba bien, un poco débil pero se recuperaría. También le había comunicado que, a partir de la mañana siguiente, se dedicaría a atender a los heridos así como a salir a luchar contra los enemigos que las patrullas encontrasen. No había preguntado por el rey nuevamente, no así este que preguntaba por ella cada vez que veía regresar a Galatur.

Altaion no entendía nada de lo que pasaba. Se había dado cuenta de la desesperación que recorría a su rey cada vez que sabía que Arari había salido con los soldados. Lo veía inquieto, mirando constantemente hacia donde se encontraban las puertas cada vez que pasaba cerca, preguntando si había regresado ya la patrulla. Y sabía que Arari lo amaba pero no había vuelto a verla junto a él desde aquella noche. ¿Qué habría pasado entre los dos? Poco podía hacer él pues el rey no le diría nada y no se atrevía a preguntarle abiertamente, así como no tenía la confianza suficiente con Arari como para hacerlo.

El tiempo transcurría y Altaion vió otra vez una de esas aves blancas que llevaba una carta hasta el brazo de Arari.

— ¿De dónde es esa ave?— Preguntó el rey que se encontraba a su lado, iban camino a la habitación para que descansara un poco.

—Es de Lórien según creo. Arari las recibe de forma periódica. Supongo que le informarán de la situación allí.

Pero en lo único que se fijó Thranduil fue en la sonrisa que mostró la elfa cuando vió el remitente de la carta, dejando que el ave fuese a comer algo y a descansar, se fue camino a su habitación. Al comenzar a subir las escaleras que le permitían acceder a la zona donde estaban las habitaciones reales, se encontró con Thranduil y Altaion.

— Su majestad.— Saludó con una reverencia. El rey tan sólo le respondió inclinando su cabeza.

— ¿Noticias de tu familia?— Preguntó Altaion queriendo romper el incómodo silencio que se había instaurado.

— Sí. Bueno, no me escriben ellos pero sí desde Lórien.— Dijo, volviendo a sonreír.

Ante esto, Altaion vió cómo el rey a su lado agarraba fuertemente la larga túnica roja que llevaba sobre su brazo, quería comprobar hasta dónde era capaz de aguantar.

— ¿Y puedo saber quién te manda noticias?— Volvió a preguntar Altaion, curioso ante su respuesta.

— Pues...— Arari estaba avergonzada, no por el hecho de quién le escribía sino por tener que decirlo frente a Thranduil.— Es Haldir, uno de los capitanes de la guardia y las fronteras de Lothlórien.

— Vaya. Suena a alguien interesante. Espero que todo sean buenas noticias.— Altaion veía cómo los nudillos de Thranduil se ponían blancos pero seguía sin hablar.

— En su mayoría, sí. También han sufrido algunos ataques y se preparan para algo peor. Temo por ellos pero se que mis abuelos podrán hacer frente.

Arari sabía que mostrando tanta preocupación por Haldir y por todos podía hacer que Thranduil lo malinterpretase pero le daba igual, él había dejado muy en claro que no tenía el más mínimo interés en ella. Muy al contrario que Haldir, así que estaba decidida a olvidarlo. Una vez que la guerra terminase, volvería a Lórien y no vería nunca más a Thranduil.

— Pediremos a Eru que todo vaya bien y que Haldir no salga mal herido.

— Muchas gracias por tus oraciones, Altaion.— Respondió con una leve inclinación de agradecimiento.— Me retiro ya, están siendo días muy ajetreados y debo responder antes de descansar.

Arari se retiró a su habitación para leer la carta que Haldir le mandaba, esperando que no fuesen malas noticias pero antes se desvistió y se dio un largo baño, suspiró al sentir el agua caliente destensar y relajar sus músculos, se tomó su tiempo para disfrutar de ese momento. Al salir, tomó uno de los largos camisones blancos que habían dispuesto para ella, éste era de seda, se ceñía a la parte superior de su cuerpo suavemente, dejando ver sus tenues y suaves curvas, desde la cadera caía hasta el suelo con un vuelo delicado y estaba sujetado a sus hombros con finos tirantes. Tomó también una bata, la que había llevado cuando llegó allí y se la puso recordando el encuentro con Thranduil en su habitación, rememorando el tacto suave de sus manos cuando le puso el colgante.

Reprendiendose a sí misma se dijo que debía dejar de pensar en él cuanto antes, así que buscó la carta que había dejado sobre la mesita y, en lugar de sentarse en el sillón, salió de la habitación buscando la puerta que la llevaba al jardín privado, allí volvió a sentarse en la fuente en la que había hablado con Legolas tantas veces y respiró profundamente el aroma de las flores que milagrosamente crecían en aquel lugar. Abrió la carta y leyó las palabras que Haldir le dedicaba, era una carta escueta, corta, relatando los últimos incidentes en el bosque de Lórien, le informó de la última incursión de los orcos de Dol Guldur que había sido organizada y comandada, no era una simple escaramuza, había sido la primera que ocurría de aquella forma, le advertía de ello, pues sus abuelos pensaban que el Bosque Negro podría ser atacado de igual modo en cualquier momento. Hasta que llegó a un punto donde comenzó a llorar, sus lágrimas caían descontroladas por sus mejillas al leer aquella noticia, dejó caer la carta al suelo, sus dedos habían perdido la fuerza. Se sentía profundamente dolida, lamentándose no poder darle consuelo a los que más lo necesitaban en ese momento cuando sintió unos brazos que la envolvían y la atraían, dejando caer su cabeza en el pecho de Thranduil lloró la muerte de Rúmil.

El rey acarició su cabello, dando suaves caricias a su cabeza y espalda hasta que sintió que sus sollozos menguaban y su respiración se calmaba.

— ¿Quién ha sido?— Preguntó Thranduil calmado.

— Rúmil, hermano de Haldir, un gran amigo y compañero.— Repondió cuando sus lágrimas se lo permitieron.— Me duele su muerte y me duele no poder acompañar a sus hermanos en esto. Me gustaría poder darles el poco consuelo que pueda.

Thranduil la abrazó más fuerte, agarrando fuertemente entre sus dedos un mechón del oscuro cabello. Esas palabras le habían estremecido el corazón pero sabía que debía dejarla ir cuando aquello terminase, que ella volvería junto a su familia y, posiblemente, junto a Haldir, con quien esperaba que fuese feliz. Él debía dejarla marchar porque sabía que su esposa podía estar esperándolo en Valinor, a él y a su hijo. Ese era el único consuelo que tenía su dividido corazón.

Pasaron los minutos con ella en sus brazos, arrullada por su calor y el sonido del agua, cuando Thranduil se percató de su lenta y calmada respiración, miró el rostro de la joven elfa y la encontró relajada, tanto que se había quedado profundamente dormida. No pudo evitar sonreír, se sentía feliz de tenerla así, aunque sólo fuese unos instantes, como si tan sólo ellos dos existiesen en el mundo, como si la guerra y la sombra de la muerte no se cerniese sobre todos, aspirando su aroma para no olvidarlo jamás. Acarició su rostro suavemente con la yema de sus dedos, tan suave y delicado como las flores con las que se bañaba, puro como la luz de las estrellas y, acercándola más hacia sí, inclinó su rostro, cubriéndolos a los dos con su cabello dorado, acercando sus labios a los de la elfa, queriendo probarlos una vez, un instante, un roce momentáneo pero tan sólo cerró sus ojos, abriendo sus labios y respirando en los de ella, con un suspiro que le salió de lo más profundo de su ser, pues ansiaba algo que no podía tener.

Con cuidado, tomó la carta que había caído al suelo y la guardó en el bolsillo de su túnica, pasó uno de sus brazos bajo las rodillas de Arari y el otro por sus hombros, alzándola así contra su pecho, recostando su cabeza, acariciando con su mejilla la frente de ella y se dirigió a la habitación que había dispuesto para la elfa, tumbándola en la cama y dejándola dormir. Antes de marcharse de la habitación, dejó sobre su mesilla, a su lado, la carta que Haldir le había mandado. El síndarin escrito con caligrafía pulcra resaltaba en la hoja, vió la firma del elfo y sintió los celos incontrolables porque él tendría todo lo que el rey nunca podría, la compañía, la sonrisa y el amor de Arari. Y se prometió que, si alguna vez Haldir le hacía daño, sería el propio Thranduil quien perseguiría a Haldir, al que ni los Valar podrían proteger de su furia.

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