Capítulo 7

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Las elfas cabalgaron raudas, sin descanso, hasta que pudieron vislumbrar los límites del Bosque Negro. Sus tres acompañantes entendían perfectamente la premura de Arari. En cuanto había entendido sus sentimientos los había aceptado y, ahora, haría todo lo posible por aquel quien era el destinatario.

Acababa de amanecer cuando desmontaron de su caballo, tomaron sus cosas y liberaron a los animales para que volviesen pues el bosque no estaba hecho para ellos. Internándose por el camino que los elfos habían construido tanto tiempo atrás, pusieron atención a su alrededor, siempre alerta, pendientes de cualquier sonido, de cualquier movimiento, no querían que las tomasen desprevenidas ante un ataque. Notaban cómo el bosque sucumbía a la oscuridad, cómo la oscuridad se había abierto paso entre sus ramas y raíces, la pena inundaba sus corazones ante aquello pero, lejos de darse por vencidas, se juraron en silencio que harían lo posible por aguantar hasta que sus amigos destruyesen el anillo pues tenían fe en ellos.

Las horas pasaron mientras caminaban por el bosque cuando escucharon ruidos de armas chocando entre ellas. Corrieron guiada por ese sonido, se acercaron sin ser vistas, subidas a los árboles, cuando pudieron ver al fin lo que pasaba. Guerreros elfos se defendían de los orcos que atacaban sin piedad. Había muertos y heridos, por suerte, la proporción de muertos era mayor en el bando de la oscuridad y quedaban pocos ya en pie. Arari y las tres elfas tomaron posición en las ramas y prepararon sus arcos, los tensaron, apuntaron y dispararon, atravesándoles a los orcos la cabeza, pecho y cuello que cayeron muertos en el acto. Siguieron disparando flechas, ayudando a sus congéneres hasta que no quedó ningún orco. Fue entonces cuando salieron de entre los árboles y saltaron al suelo, quedando a escasos metros de los elfos que se mantenían en pie.

—¿Arari?— Preguntó el elfo silvano sorprendido que se abría paso entre los demás.— ¿Eril? ¿Énade? ¿Elanor?

—Galatur, me alegra ver que sigues vivo.— Dijo Arari acercándose.

—Sí, luchamos duramente para poder decirlo. No te habría reconocido de no ser por tus ojos. Has cambiado mucho.— La miró fijamente, ya no era aquella elfa delgada y aniñada que habían acogido en el reino.

—Lo se, aunque yo no creo haber cambiado tanto como los demás ven pero bueno.— Respondió Arari, sin darle importancia.— Os ayudaremos a llevar a los heridos y muertos.

—Por suerte, esta vez, tan sólo hemos perdido a tres.

Las elfas ayudaron a levantar a cada uno de los que se encontraban en el suelo heridos, Arari ayudó a ponerse en pie a uno de ellos después de vendarle, habían herido su pierna y tapaba la herida con sus manos, así aguantaría al menos hasta llegar dentro del reino. Al llegar, los llevaron a la zona de enfermería, donde los pocos elfos médicos que quedaban hacían lo que podían. Tras dejar a los heridos, Galatur las guió por los pasillos hasta la zona donde guardaban sus armas para que pudiesen dejar las suyas y las que habían traído para los elfos del reino y salieron para buscar a Altaion, al que encontraron extrañamente rápido.

—Galatur, te buscaba, el rey me pide información sobre la contienda de hoy.

Arari lo miró sorprendida pues ni se había fijado en ella, ni sus acompañantes, que estaban al lado del elfo guerrero.

—El ataque de los orcos se ha cobrado tan sólo tres vidas esta vez, no era un grupo demasiado numeroso pero lo suficiente para causar daños, además de esas bajas, hay siete heridos en enfermería que no podrán luchar en un tiempo. Gracias a una ayuda externa de última hora, no hay más muertos.

—¿Ayuda externa?— Preguntó Altaion extrañado.

—Sí, mi señor. Estas elfas son unas arqueras sorprendentes.— Respondió Galatur, señalando a su lado, divertido porque Altaion no había reparado en ellas.

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