Capítulo 8

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Poco a poco, unos ojos de un azul tan claro como el hielo fueron abriéndose a la poca luz que había en la habitación, le costó reconocer dónde estaba. Lo último que recordaba era la lucha interminable contra los orcos que lo habían separado de sus soldados y el dolor en el costado. No sabía cuánto había permanecido inconsciente pero en su mente se había grabado con total claridad la presencia de esa elfa en el sueño. Ella le había hablado. "Tu hijo... Aún hay esperanza... No dejaré que te rindas..." Era lo único que recordaba.

Buscó entre las sombras el único punto de luz que encontró, una lamparilla encendida con un libro a su lado. Junto a la mesita donde estaba, había un sillón, tan sólo reconocer aquel cabello negro que no tenía fin lo hizo abrir más los ojos sorprendido. No había sido un sueño. Ella estaba allí, tumbada en el sillón, durmiendo acurrucada con sus pies descalzos, tan joven aún pero, al mismo tiempo, tan adulta. Había cambiado. La miró unos minutos, no quería despertarla, no podía. No sabía cuánto llevaba allí velándolo, hasta que, como si lo hubiese sentido, abrió sus ojos y se encontró con los suyos. Durante unos segundos no estuvo segura pero reaccionó, levantándose del sillón y acercándose a él con sus pies descalzos sin hacer el más mínimo sonido, tan sólo el murmullo de la tela de su vestido.

— Has despertado.— Dijo mientras se sentaba en la cama sonriendo.

— Sí... — Respondió el rey a duras penas con voz ronca, su garganta estaba seca después de tanto.

— Espera.— Pidió ella para alcanzar un vaso que llenó con agua de una jarra.

Con cuidado, ayudó a Thranduil a incorporarse, poniendo entre su espalda y el cabecero, algunos almohadones para que estuviese cómodo, el rey se sentía débil pero, al menos, podía sentarse para beber agua cómodamente. Arari le alcanzó el vaso, esperando paciente que bebiese el agua, indicando que debía ir poco a poco por mucha sed que tuviera y, cuando terminó el vaso, lo puso de nuevo sobre la mesilla.

Thranduil miró por instinto su costado donde recordaba que había sentido el dolor y había visto manar la sangre. La herida había cerrado, tan sólo una línea roja cruzaba su piel. Arari lo observó atenta.

— No se si finalmente quedará una cicatriz pero, al menos, estás vivo.

— Una cicatriz más, qué importa ya.— Parecía derrotado.

— Todos tenemos cicatrices que nos hacen ser quienes somos.

El rey la vio tirar de las anchas mangas de su vestido, tapando sus muñecas.

— ¿Cómo te encuentras?— Preguntó Arari.

— Extraño. Pensé que moriría finalmente.— Explicó ante la mirada atónita de Arari.

— No puedo dejarte morir.

— ¿Por qué? ¿Qué me queda aquí ya?

— Tu hijo y tu pueblo te necesitan - Respondió, intentando hacerle ver que era importante para muchos.— Tu pueblo ha estado luchando sin tregua contra orcos y arañas, estarán débiles pero no se rendirán hasta que caiga el último o esta guerra termine. Y tu hijo está ahí fuera, ayudando al único que puede terminar con esto para siempre.

— ¿Legolas sigue vivo?-—Preguntó con un destello de esperanza en sus ojos, esos hermosos ojos que Arari contempló embelesada unos segundos.

— Sí.— Sonrió.— Lo vi en Lothlórien no hace mucho, la Compañía del Anillo acompaña al portador para destruir lo único que puede darle el poder total a Sauron de nuevo.

— ¿Compañía del Anillo? ¿Un portador?

— Es cierto, las noticias no han llegado aquí aún. Te lo explicaré todo mientras comes, necesitas reponerte. Emmm, también necesitarás ponerte algo.

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